La Vanguardia

En la otra orilla

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS, pintor

Por lo que fuere. Pero desde luego, para nada bueno. Un día, cuestión de horas o segundos, una persona pasa a la otra orilla de la sociedad. En un ámbito donde el fluir de la vida es otro. Un distrito muy parecido a la nada, al andar por donde los relojes no cuentan. Y, según sea la circunstan­cia de este exilio social, marginació­n, pobreza, un despido, vejez, un informe médico, incapacida­d o enfermedad, erosión física y psicológic­a, uno ya no dispondrá de su cuerpo y sólo de una escasa voluntad. ¡La estocada de no saberse útil! Otros decidirán por él, la sociedad le atenderá según sea el pacto establecid­o. Su vida y su muerte serán cosa de otros. Debería ser de todos pero… Es demasiado alegre el canto de la alondra, la risa de un niño, la dulzona y anticipada melancolía de los jóvenes, el imperativo legal de sobrevivir. El día a día. La hora a la hora. Es difícil pensar en la cueva y los sueños de otros. Esos seres con sus recuerdos y sus veranos e inviernos planos. Allí en la otra orilla, en el parking de una prórroga más o menos larga. Dependerá de la suerte y del azar. Pendientes de la biopsia del tiempo. Su cuerpo remoto y dimitido arañado por las esferas. Su vida laboral dormida en un archivo oficial. La frialdad de los datos. El fluir de la vida por un lado, ellos, tantos, en la otra ribera. La quieta. La olvidada. La indiferent­e y ninguneada. La de los que no se valen.

Pensamos poco en ello. En ellos. Y en que existe otra orilla. Quizá sí, algún día, en los pliegues de un duermevela lento, apaciguado, de verano aburrido, le echemos cuentas a que nada viene de la nada. Y que somos lo que otros fueron. Podríamos aprovechar, dicen que en los paréntesis de tedio, en los puntos y coma relajados del sopor es cuando alumbran las ideas, se inician los grandes pensamient­os, acuden solícitas las sensibilid­ades y se imantan las conciencia­s. Y la solidarida­d. Veremos. ¿Aprovechar­emos la ocasión?

¿No es doloroso imaginar cómo ellos creen que los vemos? Somos su supuesto espejo, cruel como todos los espejos. Pero ellos son nuestro patrimonio. Nuestra biología. El encadenado vital… lo que muy pronto, uno a uno, iremos siendo. Una sociedad con dos orillas, la vital, rápida, productiva, imparable en sus prisas, sus gastos y ambiciones… Y otra pasiva, fuera de cuentas, provocadam­ente ensimismad­a. En otra vía. En otra orilla.

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