“Ayudar a los niños es la mejor forma de desconectar”
Miguel, desarrollador informático, dedica tres semanas al voluntariado en un centro de verano
Miguel Salinas tiene las vacaciones pedidas desde febrero. Necesita las tres primeras semanas de julio porque quiere hacer de voluntario en el centro de verano que organiza la Fundación Condal para niños y adolescentes en riesgo de exclusión social. La dedicación que le piden es completa.
Miguel explica que durante estos días llega al casal a las nueve y media de la mañana para preparar las actividades con el resto de monitores y asegura que no sale hasta las 6 de la tarde, después de evaluar el día y la tarea de cada niño. La sede de la fundación –en una pequeña plaza gentrificada cerca del mercado de Santa Caterina, en el Born– es pequeña para el centenar de niños que acoge durante estas semanas. Así que la mayoría de días Miguel se lleva a su grupo de niños, de entre 7 y 10 años, de excursión por la ciudad. Van a la piscina, al museo, o se quedan haciendo actividades por las plazas del barrio. La jornada, explica, es agotadora. Ya no tiene 20 años como cuando hacía de monitor en otras entidades de la ciudad. Aun así, no puede dejar escapar estos días de verano con la fundación. Es el tercer año que colabora como voluntario. Y la cara de entusiasmo evidencia que es feliz ayudando.
Para él, acudir al centro de verano es casi terapéutico, la mejor forma de desconectar del trabajo. Miguel tiene 36 años y trabaja como desarrollador para una empresa de servicios informáticos de Barcelona. Es un trabajo que requiere pasar ocho horas delante del ordenador, en un espacio cerrado y a menudo sin mucho contacto personal. La fundación es la antítesis. Además, dice que le permite hacer una tarea gratificante: ayudar a los niños y adolescentes que más lo necesitan. Y la demanda que hay en Ciutat Vella no es poca. Durante el año, da clases de refuerzo escolar los viernes por la tarde, el día de la semana que tiene jornada intensiva en el trabajo y que, por tanto, dispone de la tarde libre. Como estudió ingeniería técnica (primero en la UPC y después en la UOC), puede ayudar a los chicos y chicas en matemáticas, ciencias e inglés. A pesar de no tener título de profesor o pedagogo, Miguel piensa que él aporta toda la dedicación y voluntad del mundo (dice que se apunta a un bombardeo, si conviene) y sobre todo, la experiencia que tiene con los niños.
A los 17 años, empezó de monitor en centros de su barrio, Les Corts. Entonces se lo pasaba bien, obtenía unos ingresos y aprendía a asumir responsabilidades. Cuando se incorporó al mundo laboral, abandonó la tarea de monitor hasta que en el 2012, volvió a engancharse después de pasar una época de presión en el trabajo. “Necesitaba una válvula de escape y a través de la red de voluntariado de la Generalitat encontré la plaza de voluntario en la fundación”. Esta entidad nació en 1994 para dar apoyo asistencial a niños y familias en riesgo de exclusión en el barrio del Born. Además del centro de verano, hace decenas más de actividades, entre clases de repaso, cursos para la inserción laboral, asesoramiento legal para familias y gestiona un centro para tutelar a menores sin custodia.
Para Miguel, llegar fue casi una salvación. “Por muy cansado que estés, por muy mal que haya ido la jornada, cualquier día acaba bien tras pasar un rato con los niños. La energía que transmiten, la gratitud que sientes al ayudarlos a entender el temario escolar o a pasar un buen rato es reconfortante. Creo que hacer un voluntariado te tiene que salir de dentro, hace falta que estés dispuesto a comprometerte. Pero si lo haces seguro que es una buena experiencia: el voluntariado te ayuda a salir de casa, a ahorrar y, sobre todo, a mejorar la vida de los que te rodean”.