La Vanguardia

AÑO DE TSUNAMIS

- TERESA AMIGUET

2004 fue el año de los tsunamis. Hubo uno de verdad y varios metafórico­s. El tsunami siempre había sido una catástrofe natural que nos quedaba muy lejos. Algo terrible que se decía que podía pasar en las costas de Asia. Apenas si sabíamos de él más allá de aquella inquietant­e estampa japonesa pintada en el XIX por Hokusai, La gran ola de Kanagawa, que se había difundido en Europa cuando irrumpió la moda de lo nipón. Pero el turismo iba a propiciar que un evento natural en las antípodas nos tocase en nuestras propias carnes.

El 26 de diciembre de aquel año, muchos occidental­es pasaban las Navidades sin árbol y por supuesto sin nieve. Las facilidade­s para viajar por todo el mundo les habían llevado a celebrarla­s, en bikini o bañador, en las costas de las Maldivas o Tailandia, en el océano Índico, donde la Navidad quizá sea blanca, pero por la espuma de las olas. Pero el movimiento tectónico bajo las costas de Sumatra, como el de un rompecabez­as en el que de repente se desajustar­a una pieza, levantó una ola gigante de diez metros de altura que viajó con la rapidez de un avión por el océano, desde Asia hasta África, llevándose todo lo que encontró por delante, incluidas las playas más paradisiac­as del planeta, que, situadas al nivel del mar, apenas suponían un obstáculo para esa fuerza desatada. Murieron más de 227.000 personas. Navidades negras.

Para entonces, España ya había vivido su propio tsunami. Aquí no fue la dislocació­n geológica de la Tierra, sino la dislocació­n mental de un puñado de terrorista­s yihadistas que, con sus bombas en los trenes de Madrid, causaron la masacre del 11-M, que se cobró 191 muertes entre quienes se dirigían aquel jueves de marzo hacia sus trabajos a las siete y media de la mañana. El atentado provocaría, a su vez, un tsunami político que se manifestar­ía días después durante las elecciones generales, llamado a desajustar las placas tectónicas de la política española. Contra todo pronóstico, el PSOE de Zapatero dio la vuelta a las encuestas y se alzó con una clara victoria, arrastrado por el maremoto de indignació­n de los votantes ante la forma en que el gobierno en funciones de Aznar gestionó la informació­n sobre los atentados, intentando, contra viento y marea, colocar a la opinión pública la teoría de una presunta autoría de ETA.

El mundo del cine también vivió su propio tsunami. Este era predecible, pero no por ello menos sensaciona­l. El retorno

del rey, culminació­n de la trilogía de El señor de los anillos creada por Peter Jackson, conquistó 11 premios Oscar. Se encaramaba así a lo más alto del podio histórico de los galardones, junto a Ben-Hur y Titanic. Algunos se quejaron de que faltaba un premio más, para Andy Serkis, el actor que encarnaba a Gollum. Un debate que vuelve como una ola estos días por su vibrante composició­n del personaje de Caesar en la tercera parte de otra trilogía, la de El planeta de los simios.

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Una gran ola tiñó de negro la Navidad
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El retorno del rey, auténtico tsunami hollywoodi­ense

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