La ‘grandeur’ se queda oxidada
La decisión de Macron de forzar la renuncia del jefe del Estado Mayor hace aflorar las carencias del envejecido ejército francés
El desfile del 14 de Julio con su magnificencia es como Tintin en el país de los soviets: vemos el decorado, no lo que hay detrás. Si el desfile mostrara la realidad cotidiana del ejército, la gente se quedaría alelada. Barcos oxidados y blindados vetustos, en Mali, aviones de transporte de tropas con 50 años en sus alas”. Lo dice Serge Grouard, exdiputado y especialista en el tema. Y es sólo una de las sorpresas de la caja de Pandora que abrió el presidente Macron al forzar la renuncia del jefe del Estado Mayor, tras humillarlo ante sus hombres en vísperas de la fiesta nacional.
Macron es el primer presidente que no hizo el servicio militar; pero desde la quinta de 1978 ninguno pasó por ese folklórico trance. La profesionalización del ejército lo aisló. Su oferta de trabajo sólo seduce hoy a jóvenes de banlieue, sin otras alternativas al paro. Por eso sorprende más el súbito destape de las miserias ocultas por el brillo de las armas.
Un día se descubre que la suela del calzado de los soldados enviados a Mali se fundía por el calor; otro, que sus vehículos de vanguardia blindados, con más de tres décadas en sus ruedas, carecen de aire acondicionado. Además, los combates se desarrollan lejos de esos Campos Elíseos en los que desfilan. Técnicamente, “en un medio abrasivo que multiplica por cuatro la velocidad de deterioro del material, en relación a su empleo en Europa. Y en el Sáhara, esa usura es diez veces superior”.
Los expertos calculan que cuando los actuales vehículos sean reemplazados habrán superado los 45 años de uso. “Soy de la nueva generación, con ocho años de servicio –explicó un suboficial a France Info, emisora pública–, y me choca pensar que hace treinta años mi padre circulaba en el mismo vehículo”. Grouard toma como ejemplo una base aérea: “Verá diez aviones, pero sólo la mitad vuelan, los otros sirven de almacén de repuestos.”
Fuentes ministeriales estiman que “como máximo, el 50% del material es utilizable”; el resto está en mantenimiento. “Cuando empecé –aseguró un marino– operábamos en fragatas previstas para servir un cuarto de siglo. Pero esa es hoy la edad promedio de la flota. Y abundan barcos cuarentones”.
El mayor símbolo negativo es un portaaviones de nombre glorioso, el Charles de Gaulle. Según la tradición marina, el nudo del problema está ahí: rebautizar un barco trae mala suerte y este se llamaba Richelieu antes de que Jacques Chirac, primer ministro en 1986, aceptara el ruego de altos mandos de protegerlo, con el apellido del general mítico, contra reducciones presupuestarias. Pero la letanía de sus desperfectos es tal que la noche del 9 al 10 de noviembre del 2000, cuando le informaron que el portaaviones había perdido una de sus dos hélices en el Triángulo de las Bermudas, el ya presidente Chirac habría exclamado: “¿Flota? Es más de lo que esperaba”. De hecho, su primera salida del puerto de Brest fue frustrada por una vulgar tormenta. Y es el navío almirante de la marina francesa.
La lengua francesa cultiva eufemismos como el de llamar plan social a una reducción salvaje del número de asalariados. “El más violento de los últimos diez años –tras la revisión general de Sarkozy, que decidió reemplazar sólo a la mitad de los funcionarios que se jubilan–, le tocó a las fuerzas armadas”, aseguró a Le Monde un general. Y tasó en 65.000 los puestos perdidos en ese lapso por razones financieras. “¿Qué otro ministerio que el nuestro aceptaría ese sacrificio sin protestar?”.
Un miembro de los servicios especiales de intervención, élite más preservada de los recortes presupuestarios, denunció a France Info que pasaron dos años sin entrenarse con helicópteros, “el tiempo que medió entre la autorización de comprarlos y su llegada”. Y han reducido “al mínimo los entrenamientos, para ahorrar proyectiles”.
Pero “si las simulaciones permiten entrenarse a menor coste –tercia el diputado Grouard–, nada iguala la experiencia del tiro real, de las condiciones de combate. Y si no se han desarrollado reacciones reflejas, para ese paso brutal de la paz a la guerra que es la vida del soldado en el frente, el precio a pagar es el de las bajas humanas”.
En fin, la operación Centinela, con su despliegue de más de diez mil hombres en Francia para prevenir acciones terroristas –y cuya eficacia es negada por los expertos–, se cargó el equilibrio entre días de entrenamiento y de reposo, que puntuaba la vida militar. Días libres “tan difíciles de obtener como esa prenda imprescindible para el calor, por ejemplo, que los soldados terminan por pagar de su bolsillo”.
“Añada las condiciones de vida en misión, en lugares perdidos sin acceso a internet –subraya un sargento– y verá por qué es cada vez más difícil captar nuevos reclutas”.
El 20 de julio, en la base de Istres, Macron prometió que el único ministerio que recibirá más dinero el 2018 será el de la Defensa. Y replantear la operación Centinela. Pero un general comentó en Le Monde que, para sus efectivos, “esas promesas suenan al típico mañana se afeita gratis”.
Macron, el primer presidente que no estuvo en el ejército, promete más inversión “Verá diez aviones, pero sólo la mitad vuelan, los otros son almacén de repuestos” “¿Qué otro ministerio aceptaría ese sacrificio sin protestar?”, se queja un general