Amnésicos para siempre
Si creíamos que veinticinco años más tarde podríamos contarles la batallita olímpica a nuestros hijos y nietos, deberíamos haber previsto que lo olvidaríamos (casi) todo. La memoria es un sucedáneo de la imaginación y, una vez aceptada esta convención, podemos dejarnos arrastrar por la corriente alucinógena de la nostalgia. Vamos allá, pues: me inventaré que vi muchas antorchas olímpicas arriba y abajo de un país propenso a los incendios. Y que durante la retransmisión de la ceremonia inaugural, Lluís Canut saludó la delegación mexicana con un indescriptible: “¡Cuate, aquí hay tomate!”. Manipulando la memoria, recuerdo que en la misma ceremonia Pasqual Maragall habló de Lluís Companys en su discurso y que el omnipotente equipo de la URSS se transformó en un experimento bautizado como Equipo Unificado.
En aquellos días Quim Monzó siempre aparecía para compartir sus descubrimientos, como un bar abierto por la delegación checoslovaca donde, a precios comunistas, se servían espléndidas cervezas y tapas de salami austro-húngaro. ¿De qué hablábamos? Puestos a especular, comentaríamos el diseño de los trajes de baño de las nadadoras, de textura termodinámica pero demasiado recatados para nuestro gusto. O la sospechosa castaña que Juan Antonio Samaranch siempre llevaba en el bolsillo. O que la continuada presencia de Barcelona en la televisión, filmada con profusión de medios aéreos y terrestres y una descarada voluntad propagandística, creaba una realidad virtual. O hablaríamos de la dificultad de localizar la pelota en los partidos de ping-pong celebrados –a la fuerza tengo que estar delirando– en la Estació del Nord. Y entre salami y cerveza, quizás comentamos que, en Empúries, un independentista había desplegado una pancarta del Freedom
for Catalonia ante la expresión trágica de Irene Papas y Núria Espert, que encarnaban la feminidad mediterránea antes de que fuera expropiada por una marca de cerveza. Como se podía aparcar en todas partes, una vez dentro del coche (sería el Polo de Monzó que se quemó o el viejo Volvo de Sílvia), escuchábamos el Money don’t matter tonight de Prince o, contraviniendo la dictadura del presente, recuperábamos el Mr. Cab Driver de Lenny Kravitz.
¿Y la información deportiva? No importaba demasiado porque enseguida quedó claro que Barcelona no pasaría a la historia por sus récords. Sobre esta cuestión circulaban dos teorías. En una conversación entre el gastrónomo Xavier Domingo y el periodista Salvador Alsius, Domingo afirmó que no había tantos récords porque había menos dopaje que en Los Ángeles o Seúl (pero yo no sabía si fiarme de Domingo porque una vez nos invitó a una discoteca de música africana, cerca del puente de Felip II y, en el momento de pagar la entrada, dijo: “Cinco entradas para blancos”). También corría el rumor de que a los atletas les gustaba tanto la vida nocturna de la ciudad en general y la vida sexual de la Vila Olímpica en particular, que habían agotado las existencias de condones y habían decidido interpretar el afán de superación con el criterio hepático-genital de los turistas actuales. A otros atletas les pasó como a Sergei Bubka, que no ganó la competición de salto de pértiga porque, poco después, le pagaron una pasta gansa para superar el récord en un torneo berlinés o escandinavo.
En la tele, mientras tanto, programaron un magazine noctámbulo producido por una coalición de TV3 y TVE (entonces eso era posible). El programa se llamaba Jocs de nit y desdoblaba contenidos y formas anteriormente monopolizados. Júlia Otero entrevistaba a Jordi Pujol y cuando le preguntaba qué pensaba el Rey de todo aquello, el presidente respondía: “Ya se le ve por televisión. Está muy contento”. Inka Martí, en cambio, entrevistaba a Pasqual Maragall y cuando le preguntaba qué nombre le pondría a un hijo nacido durante los Juegos, el alcalde respondía: “Apolo”. ¿Y la ceremonia de clausura? Me escapé de Barcelona unas horas antes y, al llegar a Montpellier, me tuve que refugiar en un hotel porque sufrí un ataque monumental de diarrea. La memoria es caprichosa: de aquel ataque, mira tú por dónde, sí que me acuerdo.
En la tele, mientras, programaron un magazine noctámbulo de TV3 y TVE (entonces eso era posible) Enseguida quedó claro que Barcelona no pasaría a la historia de los récords