El negocio del fútbol

CHRISTIAN Karembeu, exfutbolista del Real Madrid, conoció a la modelo Adriana Sklenarikova (con quien se casó en 1998 , separándose en 2011) en un vuelo entre París y Milán. Cuando Karembeu le dijo que era jugador de fútbol, ella respondió: “Sí, pero ¿en qué trabajas?” La bella Adriana no tenía muy claro que ser futbolista fuera un oficio, ni que se pudiera vivir de él, pero es evidente que es una profesión que desde entonces se ha vuelto mucho más compleja, en la que sus estrellas cobran salarios disparatados. John Carlin ha escrito que el futbolista encarna el sistema de libre mercado de manera mucho más fidedigna que el banquero. De hecho, los salarios de las estrellas del fútbol son superiores a los de los financieros y estos últimos no añaden a sus ingresos contratos millonarios de imagen (los banqueros prefieren ocultar su imagen y no están por llevar las etiquetas de sus trajes a la vista).

Sin embargo, el negocio del fútbol empieza a mover unas cantidades que marean. O quizás habría que decir que avergüenzan. El negocio televisivo ha disparado el dinero que se maneja, lo que no ha saneado a los clubes, sino enriquecido a los futbolistas. Y, además, han aparecido en este mundo una colección de millonarios al frente de las entidades, con fortunas a menudo de dudoso origen, que han hecho saltar todas las alarmas del sentido común.

La noticia de que el Paris Saint-Germain quiere pagar la cláusula de rescisión de Neymar, de 220 millones, a los que habría que sumar un salario anual superior a los sesenta millones, produce tanta indignación como desconcierto. Con los 220 millones se podría comprar un avión A380, el rascacielos de la plaza España de Madrid o el óleo Los jugadores de

cartas de Cézanne. O reconstruir el sector oriental de Mosul. Así que, aún reconociendo que las cosas valen lo que alguien está dispuesto a pagar, las cantidades que mueve el fútbol encajan mal con sus pretendidos valores.