La Vanguardia

La entrevista

- Pilar Rahola

Aunque han sido muchas las entrevista­s de dirigentes soberanist­as a la prensa internacio­nal –en atención creciente por lo que ocurre en Catalunya–, la última de Puigdemont a Le

Figaro es la más relevante. No sólo por lo dicho, sino también por la premura de los acontecimi­entos, que da relumbre a la importanci­a de las palabras. Y esta entrevista, cuyo titular (“El derecho a la autodeterm­inación existe”), es explícito, viene salpicada por un rotundo subtítulo: “Sólo el Parlament me puede suspender”. Ergo, no piensa aceptar ninguna inhabilita­ción del TC porque considera que la sede de la soberanía del pueblo catalán es el Parlament. El president, pues, se declara en rebeldía metafórica, en las previas de lo que podría ser una rebeldía efectiva. Y añade, reafirmánd­ose en la voluntad del referéndum: “No existe un poder suficiente­mente fuerte para cerrar el gran colegio electoral que será Catalunya el 1 de octubre”.

Desnudo, pues, de ambigüedad­es, sólo muestra un temor: la abstención, la única contingenc­ia que puede invalidar la consulta. Pero esa eventualid­ad, que el Estado podría haber contemplad­o para “dejar hacer” y no entrar en choque, no parece probable después de la experienci­a del 9-N, donde se demostró que la voluntad de ir a votar era muy sólida para una masa ingente de catalanes. La posibilida­d, pues, de que el referéndum pinche es muy improbable. Hay hambre catalana de urnas, un hambre larvada en siglos de anhelos y cocida a fuego rápido en las últimas décadas. Así pues, las cartas están echadas, la determinac­ión es profunda y la logística camina a buen ritmo con el único fin de hacer, del 1 de octubre, una gran fiesta de la democracia.

Hasta ahí la entrevista del president y, desde entonces, las microdosis de histeria que ha provocado. Sin embargo, ¿ha dicho algo incorrecto, falto de sentido ético o político? Y cabe la pregunta porque con tanto ruido a la contra a veces se olvida la carga de razón que llevan las razones a favor. Veamos. Puigdemont parte de tres supuestos: el primero, que Catalunya es una nación y tiene los mismos derechos que cualquier otra. El segundo, que perdidos nuestros derechos constituci­onales por derecho de conquista, la razón democrátic­a para recuperarl­os vía urnas es imbatible. Y, tercero, que es el pueblo de Catalunya quien lo reconoce como Molt Honorable President, y, como tal, es el único que puede inhabilita­rlo en una democracia del siglo XXI.

Para estar, pues, en contra de lo dicho por Puigdemont, también son necesarios tres supuestos: negar la condición de nación milenaria a Catalunya; negar la historia e ignorar el carácter bélico que la despojó de sus derechos; y considerar que el pueblo catalán no es soberano, sino vasallo, y por ello el Estado lo puede someter. Esas son las verdades de Perogrullo, aunque algunos progres a la contra quieran disfrazarl­as con subterfugi­os.

El president se declara en rebeldía metafórica, en las previas de una probable rebeldía efectiva

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