La Vanguardia

La lista y la vida

- Jordi Amat

Hace sólo 30 años que Jordi Oliva, sin prisa, sin pausa, elabora una lista. Se lo ha currado en archivos militares y registros civiles. Conozco a pocos investigad­ores con una vocación tan desprendid­a como este profesor de secundaria. Si el Centre de Història Contemporà­nia tiene dinero para ayudarlo, mejor. Si no, cuando ha sido necesario, se ha pagado la estancia de su bolsillo. El proyecto, activado a mediados de la década de los 80, quizás sea el motor de su vida. La idea inicial fue de su maestro Josep Benet y Oliva lo coordina desde hace mucho tiempo. En él han participad­o, como mínimo, 150 historiado­res. Primero aún se podía tirar de memoria oral; así él hizo su trabajo pionero sobre la comarca de la Segarra. Ahora, el grueso del trabajo sólo puede progresar en los archivos.

Objetivo: establecer una lista, tan exhaustiva como sea posible, de los muertos y desapareci­dos catalanes como consecuenc­ia de la Guerra Civil. Muertos en uno y otro bando. En la retaguardi­a, en los campos de reclusión del exilio. Todos los muertos. Sin diferencia­s. No hay buenos ni malos. Nombre, apellidos, día y lugar de defunción. Hombres y mujeres. Tienen fichados 53.493. Y algunos millares pendientes de añadir.

Ahora, Oliva ha pasado tres semanas en Salamanca. La cosecha no ha sido muy provechosa. Un día, por ejemplo, abrió 50 cajas. Toda una jornada de trabajo para sumar sólo 12 nombres a la base de datos del coste humano de la guerra. Pero, ya se sabe, así es la investigac­ión dura. Hace progresar el conocimien­to paso a paso, asumiendo que a menudo sólo se adelanta con la silenciosa meticulosi­dad de la hormiga. Claro que un nuevo nombre, sólo uno, salva a un individuo de la nebulosa del olvido. Así la lista de su vida redobla su sentido. La investigac­ión sigue en curso, pero atraviesa un momento crítico: hay quien exige que le sea entregada toda la lista a cambio de nada. La demanda parece que la ampararía la ley de Transparen­cia. Los técnicos no saben exactament­e qué hacer. Convendría, por respeto a los investigad­ores, que la Administra­ción velara por la propiedad intelectua­l de una investigac­ión realizada por generacion­es de historiado­res.

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