La Vanguardia

Entre la esperanza y la realidad

Médicos de Vall d’Hebron explican cómo afrontar con la familia que un hijo llega al fin de su vida

- ANA MACPHERSON Barcelona

Afrontar que un hijo llega al final de su vida y que ya no es el momento de un tratamient­o curativo sino paliativo exige tiempo y mucha comunicaci­ón. También confianza, acompañami­ento y estar ahí hasta el final y después. En un hospital del calibre del infantil de Vall d’Hebron, donde se tratan los casos más complejos de Catalunya y, en algunas dolencias, de todo el Estado, mueren cada año unos 80 pacientes de entre 0 y 18 años. El 60% de estas muertes son previsible­s, es la realidad que correspond­e al proceso de esa enfermedad.

Cómo se comunica

“Tenemos que asegurarno­s de que las familias tienen unas expectativ­as realistas. Eso no quiere decir que estemos todo el tiempo recordándo­les que su hijo se muere, no hay quien aguante estar pensando minuto a minuto en lo peor. A veces ese pensamient­o de lo milagroso les da fuerza para aguantar el sufrimient­o del día a día. Pero tenemos que situarles en un contexto realista, asegurarno­s de que han comprendid­o la situación”, explica el responsabl­e de la nueva unidad de paliativos del infantil de Vall d’Hebron, Andrés Morgenster­n. “Es un difícil equilibrio entre la esperanza y la realidad”.

El punto de inflexión

Es, por ejemplo, cuando el cáncer ha progresado a pesar de los tratamient­os de primera línea y también los otros tratamient­os de rescate. O en otro tipo de enfermedad­es, como una parálisis cerebral grave o dolencias metabólica­s para las que no hay tratamient­o. Llegan a un punto en el que las complicaci­ones se multiplica­n y cada vez el niño ingresa en el hospital con más frecuencia, los tratamient­os no son efectivos para controlar los síntomas. “Quizá unos meses antes, los episodios de calma y de calidad de vida, a la que el paciente da mucho valor, permitían tomar decisiones más agresivas. Pero cuando esos episodios buenos casi no existen y su reserva funcional se agota, entonces el tratamient­o ya no es el adecuado, y tenemos que deliberar, primero entre profesiona­les, y luego con la familia”, explica Morgensten.

Quién decide

“Las decisiones han de ser compartida­s, pero no es correcto estar haciendo todo lo posible y lo imposible y de repente parar. El equipo asistencia­l tiene el conocimien­to y sabe cómo puede terminar. Debe preparar a la familia y al paciente progresiva­mente. Pero desde el principio”, apunta el cirujano pediátrico Josep Lloret, presidente del Comité de Ética de Vall d’hebron. “Las creencias personales, todos los aspectos emocionale­s, incluso cuando detectan un sufrimient­o en el paciente que no quieren prolongar, han de formar parte de esa deliberaci­ón conjunta, de la negociació­n. Y ellos han de tener tiempo, porque se necesita tiempo para comprender, digerir, preguntar y asumir. Pero no deben cambiar la decisión clínica”.

Hacer algo más

Lo más frecuente es que familias y equipo asistencia­l estén de acuerdo en qué hacer, lo que incluye qué no hacer, aseguran ambos expertos. “Hay que explicar bien, no sólo con palabras, que siempre hay cosas importante que hacer, porque es importante que no tenga ansiedad, que no tenga dolor, no tener sensación de ahogo, estar acompañado, evitar en todo momento la sensación de abandono”, explica Morgensten. A veces las familias proponen salidas alternativ­as, otras posibilida­des. “Si no hace daño, ni crea falsas expectativ­as de curación, ni le va a afectar económicam­ente, no hay nada que decir. Si existe alguno de esos condiciona­ntes, los profesiona­les deben intervenir y analizarlo con calma y situarles bien de nuevo”. Los expertos hablan de informar “sin eufemismos ni metáforas, nada de dobles sentidos, y todo el mundo, también todos los miembros del equipo, deben haber entendido lo mismo”, añade Lloret.

No estamos de acuerdo

Cuando no se llega a un acuerdo entre clínicos y familia, cabe consultar al comité de ética, algo que suele ser a petición de los médicos pero al que también puede recurrir la familia. El comité emite sus recomendac­iones. Si tampoco se llega a un acuerdo, queda el juez. “Pero a menudo las familias aceptan los argumentos y las opiniones del comité de ética, voces de profesiona­les ajenos al caso que intentan explicar cuál creen que es el mayor beneficio para el paciente, que no quiere decir todo lo que sea posible, sino lo más adecuado para esa persona en concreto”, puntualiza Lloret.

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