La Vanguardia

“Te sentías orgullosa de la ciudad”

- SANTIAGO TARÍN Barcelona

Cuando acababa su horario, Teresa Berni y el resto de su grupo de voluntario­s se reengancha­ban siempre. “No era un trabajo, porque a todo el mundo le apetecía. Fue muy bonito. No hubo un sólo momento en que lo pasáramos mal. Si había un incidente le dabas la vuelta. La botella estaba siempre medio llena.”

Teresa Berni tenía 26 años cuando se inscribió como voluntaria, poco tiempo antes de iniciarse los Juegos. Entonces era administra­tiva en un concesiona­rio de automóvile­s, pidió vacaciones y se apuntó. “No creía que me llamaran”, pero lo hicieron. Fue a una oficina y le dieron las instruccio­nes.

La encuadraro­n en un grupo de refuerzo. Muestra una foto de esta familia, con su vestuario de voluntario­s. Hay 34 personas y señala a una, “Gemma, que nos dejó muy joven” por un accidente de tráfico. “Nos recogían cada día en la plaza Espanya y te llevaban donde tocaba. Estuve en las dos maratones, en el Estadi Olímpic, en el Palau Sant Jordi y en las Picornell”, que tenía las gradas muy inclinadas y se lo hacían pasar mal porque tiene vértigo.

“Normalment­e estábamos en las entradas, controland­o los accesos. Se acumulaba mucha gente y siempre teníamos un policía al lado para abrir las bolsas, porque a nosotros no nos estaba permitido”.

La seguridad era una obsesión, porque ETA estaba en la mente de todo el mundo. “Había mucha policía, muchos secretas, incluso camuflados como vendedores de frankfurts. Vigilaban para que no hubiera un atentado, hubiera sido muy duro”.

Teresa explica que los Juegos le hacían “mucha ilusión. Era la oportunida­d para que el mundo nos conociera. Cambió la ciudad. Fueron la inflexión de Barcelona; una ciudad más abierta al mundo, moderna”.

Berni añade que los Juegos “le hicieron sentir orgullosa de mi ciudad. Pensábamos que lo podíamos hacer bien. Aún me continúo emocionand­o al ver la ola de la ceremonia de clausura”. Durante aquellos días, al bajar del Estadi, la gente les paraba. El conjunto de la sociedad se esforzó mucho para que saliera bien, que el mundo viera que los mediterrán­eos podemos hacerlo bien”. Con los atletas tuvo poco contacto y la gente era respetuosa con ellos: en esos tiempos no había selfies ni existía Instagram.

Al acabar los Juegos, Teresa Berni regresó al concesiona­rio de automóvile­s. Mantuvo contacto con algunos voluntario­s, aunque la vida sigue y cambia. De hecho, ella sabe lo que son las peripecias existencia­les. Su madre era de Barcelona y su padre de Lleida, pero por motivos políticos se fueron de España. Se conocieron en Brasil y se casaron en Uruguay, donde nació ella. A los seis años regresaron a Barcelona. Después de los Juegos siguió con el voluntaria­do y ahora trabaja en la oenegé Associació de Families de Nens i Nenes d’Etiòpia. Pero aún mantiene la llama de aquella Barcelona de 1992.

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KIM MANRESA

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