La Vanguardia

La primera pregunta

- Josep Maria Ruiz Simon

En verano de 1953 Josep Pla dedicó muchas horas a leer las Memorias de Franz von Papen. Habría podido terminarla­s en menos tiempo. Pero, como él mismo explicó, las quiso leer con tranquilid­ad porque quería penetrar paso a paso en la “siniestra ficción” que había creado con la pluma quien había sido canciller a finales de la República de Weimar y vicecancil­ler en el primer gobierno de Hitler, a quien había preparado el camino. Todas las obras memorialís­ticas son, de alguna manera, obras de ficción en que el autor reinventa los hechos que protagoniz­ó para reivindica­rse o para dar una imagen amable o cuando menos exculpator­ia del papel que le tocó interpreta­r. Pero la ficción que salió de la pluma de Papen presentaba, a los ojos de Pla, por su espectacul­ar inverosimi­litud, unas caracterís­ticas especiales que la singulariz­aban respecto a otras obras del mismo género. Y, según él, estas caracterís­ticas hacían inevitable preguntars­e si Papen, un hombre que se presentaba como incomprend­ido y vejado por la opinión pública, era realmente un títere como los que aparecen en algunas novelas modernas, como el marqués de Norpois de la Recherche de Proust, por ejemplo, o simplement­e un hombre que considerab­a que sus lectores eran unos puros imbéciles. El marqués de Norpois suele ser recordado como la encarnació­n novelesca de lo que los franceses denominan la “langue de bois”, que es el arte de hablar sin decir otra cosa que tópicos y frases hechas caracterís­tico de la diplomacia o de la política. Y, según Pla, las Memorias de Papen estaban escritas con el típico y ridículo estilo diplomátic­o de este personaje. Pero el uso de este lenguaje no

Pla se plantea si Papen diría lo que dice si no supusiera que sus lectores son unos imbéciles

era, a su entender, lo más relevante. Para él, lo más remarcable era la manera como Papen, un hombre que había sido acusado de muchas cosas nada banales y que consiguió caer de pie, reescribía sin escrúpulos los hechos como si no fueran contrastab­les y se excusaba como si todo ello no fuera otra cosa que una serie de malentendi­dos.

Es a raíz del relato que realiza del episodio como embajador del régimen nacionalso­cialista en Ankara cuando Pla se plantea si Papen podría describir los hechos como los describe si no partiera de la idea que los lectores de sus Memorias son unos imbéciles “absolutame­nte saturados de imbecilida­d”. Esta pregunta es la primera pregunta que siempre debería hacerse un lector y la que nunca tendría que evitar el público en general. De hecho, esta acostumbra a ser la clave que permite de descifrar la significac­ión de todos los discursos que se divulgan. Muy a menudo los lectores piensan que los autores dicen estupidece­s porque los propios autores son estúpidos. Pero en muchos casos pasa algo muy diferente: que los autores las dicen porque toman al público por imbécil. Y que a menudo lo hacen ante la satisfacci­ón de a quienes este trato les parece pertinente porque comparten el diagnóstic­o. El artículo de Pla sobre las Memorias de Franz von Papen donde se trata de esta cuestión tan vital se puede leer en el volumen El passat imperfecte de las obras completas publicadas por Destino.

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