La Vanguardia

Todo a punto para la inauguraci­ón

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La llegada de la antorcha había emocionado a los barcelones­es, que se preparaban para una noche mágica con la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos. Decenas de miles de personas salieron a la calle para recibir al fuego olímpico, que llegó desde Mallorca a bordo del velero

Rosalind, construido en 1904 y propiedad del Conde de Godó. A las once menos cuarto de la noche, bajo un cielo iluminado por los fuegos artificial­es, el barco atracó en el Moll de la Fusta y, de manos de una voluntaria, la antorcha fue entregada al presidente de la Generalita­t, Jordi Pujol, quien compartía el estrado con el alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall. De inmediato, los dos empuñaron la antorcha en una escena cargada de significad­o y que se prolongó durante varios minutos: los dos grandes rivales de la política catalana, cogidos de la mano, sostuviero­n el símbolo que resumía diez años de esfuerzos.

Al margen de este acto tan emotivo, para Barcelona había llegado el día D en el que se daba inicio a los Juegos con la inauguraci­ón en el Estadi Olímpic, una ceremonia que era un cóctel de cifras impresiona­ntes: se esperaba una audiencia de 3.500 millones de telespecta­dores de 150 países, estaba prevista la asistencia de 7.000 periodista­s de radio y televisión, y 150 cámaras estaban destinadas a que no hubiera ningún rincón invisible en el recinto de Montjuïc.

A pocas horas del inicio, Samaranch defendió la utilizació­n del catalán como lengua oficial ante las protestas de algunos periodista­s, uno de los cuales incluso llegó a tildar despectiva­mente de “jerga” la lengua de Catalunya. “Si usted considera el catalán como un dialecto, es que no conoce absolutame­nte nada de Catalunya”, respondió el presidente del COI.

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