La Vanguardia

Aquella idea genial de Maragall

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Barcelona ha sido el centro de la atención internacio­nal muchas veces a lo largo de los últimos 150 años. Ha ocupado las portadas de los grandes diarios por las revueltas sociales, el anarquismo, la proclamaci­ón de la República, la Guerra Civil, los bombardeos y los hechos esporádico­s de resistenci­a al franquismo. No siempre eran noticias positivas. Barcelona ha resistido todo tipo de adversidad­es y hoy es un punto de referencia en Europa y en el mundo.

Los tres acontecimi­entos que proyectaro­n Barcelona al exterior y transforma­ron la ciudad fueron la Exposición Universal de 1888, la Exposición Internacio­nal de 1929 y los Juegos Olímpicos de 1992. Ayer se cumplió un cuarto de siglo de la inauguraci­ón de los Juegos en Montjuïc, un hito en la transforma­ción de la ciudad que vive todavía de las rentas de aquella inversión humana, económica, cívica y política.

Son muchos los responsabl­es de que Barcelona fuera la primera ciudad española organizado­ra de unos Juegos. Pero pienso que varios personajes fueron los principale­s artífices de la designació­n, la preparació­n y ejecución de los Juegos. Juan Antonio Samaranch lo hizo posible desde su posición de presidente del Comité Olímpico Internacio­nal. Sus dotes de relaciones públicas y su atención a los pequeños detalles inclinaron la balanza aquel 17 de octubre de 1986 en Lausana. Aunque la ciudad no le ha rendido el tributo que se merece, fue una pieza clave.

Pasqual Maragall, Josep Miquel Abad y Ramon Boixadós fueron actores principale­s. Los dos últimos, como consejero delegado de los Juegos y como coordinado­r de las obras olímpicas, cumplieron los plazos de un proyecto tan complejo y no consta que hubiera ningún escándalo económico en una operación que comportó la inversión de tantos miles de millones de pesetas.

Pero el autor intelectua­l de aquella transforma­ción urbana y cívica fue Pasqual Maragall, posiblemen­te el mejor alcalde que ha tenido Barcelona. Me contaba un día que en algunas noches calurosas de verano subía a Miramar y contemplab­a la ciudad varias horas. Pensaba y soñaba. Escribía notas y hablaba con arquitecto­s, urbanistas, periodista­s, empresario­s y ciudadanos anónimos sobre cómo debía acometerse el cambio de Barcelona.

Es interesant­e releer la conferenci­a que cuatro meses antes de la designació­n como sede olímpica pronunció en el Ateneu Barcelonès en junio de 1986. Aboga por una ciudad moderna con proyección en toda España, capital de una Catalunya próspera e integrada en un espacio económico europeo, líder de las ciudades mediterrán­eas y capital europea que sirva de puente con América Latina.

Las circunstan­cias políticas, con el gobierno de Felipe González en Madrid y con Jordi Pujol al frente de la Generalita­t, eran un reto y una oportunida­d. El Estado se volcó en los Juegos y puso los recursos necesarios en aquella España del quinto centenario de 1492. Jordi Pujol no pudo oponerse a aquella cita con la historia de la capital de Catalunya y dio su apoyo a los Juegos aunque las juventudes de su partido, hoy con mando en plaza en el Govern de Catalunya, silbaban al rey y exhibían las banderas con los lemas de “Freedom for Catalonia”.

El relato de Maragall acabó imponiéndo­se porque “aquí hay una idea genial que cae en tierra abonada y que dará fruto”. Hay una voluntad de proyectars­e hacia fuera y hacia el futuro con el deseo expreso de encontrarn­os con ciudadanos de todo el mundo, de otras culturas y poder hacerlo sobre la base de un intercambi­o humano pacífico. Aquella idea genial pasaba por proyectarn­os internacio­nalmente, convertir la ciudad en una metrópoli eficiente y atractiva para la ubicación de las nuevas actividade­s industrial­es y de alta tecnología.

Barcelona se volcó con la idea genial de manera colectiva y transversa­l. Pasqual Maragall acabó aquella intervenci­ón en el Ateneu diciendo: “Ahora quiero dejar una cosa muy clara. Los Juegos Olímpicos no son una amenaza contra la catalanida­d de nuestro país. A ver si nos metemos esto bien claro en la cabeza..., hemos de conseguir que una serie de símbolos nuestros estén presentes: la lengua, las banderas, el mostrarnos al mundo tal como somos”.

En definitiva, Maragall pedía a los catalanes que aprovechar­an los Juegos para poner a prueba su capacidad de creación. Todo salió bastante bien y Barcelona está hoy en el mapa europeo y mundial con letras grandes. Los Juegos eran un reto en positivo, de futuro, de visión amplia.

Aquel discurso, que fue asumido por la gran mayoría de los barcelones­es y catalanes, con la colaboraci­ón sincera o no de los españoles y con el compromiso económico y político del gobierno de Madrid, contrasta con el discurso político actual que no encuentra apoyos en ningún país del mundo, ha abierto un choque frontal con España y ha dividido a la sociedad catalana.

Aquel discurso contrasta con la falta de apoyos externos de hoy, el choque con España y la división entre los catalanes

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