El color del dinero
La declaración del presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, en la Audiencia Nacional por el caso Gürtel, que investiga la presunta financiación irregular de su partido; y los millonarios fichajes del mercado futbolístico.
POR primera vez en la historia de la democracia española, un presidente del Gobierno se ha visto obligado a prestar declaración como testigo en un juicio, la llamada trama Gürtel, que simboliza –no es el único caso– la despreocupación de grandes partidos políticos sobre sus fuentes de financiación. Mariano Rajoy solicitó que su declaración, de más voltaje político que judicial, pudiera hacerse mediante videoconferencia, pero al final y por espacio de dos horas largas tuvo lugar en la Audiencia Nacional con la única consideración de estar junto al tribunal, en el estrado, y no frente a él.
De entrada, la comparecencia en la sala del presidente del Gobierno es una prueba de que la separación de poderes, esencial en una democracia, funciona en España. Con lentitud, a la que no es ajena la falta de medios tras unos años de crisis y austeridad, la justicia exhibe ahora su independencia. En los últimos meses, los ciudadanos han podido ver en el banquillo de los acusados a una infanta hermana del Rey, a un exvicepresidente del Gobierno que dirigió el FMI, a los expresidentes de Baleares y de la Comunidad de Madrid y en los próximos meses verán desfilar al todopoderoso presidente del fútbol español, a otro exvicepresidente del Gobierno –Narcís Serra– y al primogénito del matrimonio Pujol Ferrusola, entre otros. La lista, como la presencia ayer de Mariano Rajoy en la Audiencia Nacional, es una prueba inequívoca de la fuerza de la ley en nuestro país, algo que desmiente el tópico popular de que “aquí nunca pasa nada”.
La declaración no fue plato del gusto del presidente Rajoy, incómodo en algunos pasajes, pero tampoco descompuso su imagen de hombre tranquilo y muy apegado a la sensatez y el sentido común, dos armas muy útiles en un juicio en el que compareció como testigo y no acusado (“la contestación tiene que ser gallega porque no podría ser riojana”, respondió al reproche de que se escabullía de las preguntas de las acusaciones particulares). Mariano Rajoy se aferró a su actividad política, ajena a cuentas, balances y aspectos gerenciales del Partido Popular, en el que, por cierto, ha hecho
limpieza de aquellas figuras más asociadas a irregularidades y corruptelas. Es verosímil que un dirigente con continuas responsabilidades políticas y parlamentarias a lo largo de tres décadas ignorase muchos episodios de la trama Gürtel, sobre todo los menores, propios del día a día, o las anécdotas jugosas. No obstante, la generación política que encarna Mariano Rajoy ha demostrado cierta indolencia a la hora de controlar lo que sucedía a su alrededor. Esa actitud no es delictiva pero ha propiciado que personajes menores manchasen la reputación del PP y de otras formaciones. El gran partido conservador español tiene ahora la obligación, como todos, de ponerse al día y establecer unos controles y alertas que impidan la repetición de las prácticas corruptas que tanto han indignado a los ciudadanos, sobre todo en tiempos de vacas flacas.
La declaración tiene un impacto menor en los hechos juzgados, pero supone una tarjeta amarilla al presidente del Gobierno a modo de advertencia sobre la necesidad de adoptar líneas rojas en el funcionamiento y financiación de los partidos. La falta de alternativas y la confianza en el rumbo económico del presidente le valieron la victoria electoral. Hay que devolver la confianza al país en la vida pública y la justicia está cumpliendo su papel. Turno de partidos y sus dirigentes.