La locura del fútbol
COMO cada verano se han disparado los rumores sobre los fichajes que preparan los clubs europeos de cara a la próxima temporada. Pero desde que los equipos de la Premier inglesa multiplicaron sus ingresos por los derechos televisivos y que se produjo el aterrizaje en diversos clubs de potentados de diverso origen y condición, las cifras que se pagan por los fichajes de jugadores alcanzan cotas de escándalo y de ruina.
Aún por cerrar el mes de julio, los 20 equipos de la Premier League inglesa llevan gastados en lo que llevamos de verano cerca de 700 millones de euros en fichajes, sin que de momento se haya producido uno de los llamados rutilantes, aunque el Chelsea ha pagado 80 millones por el madridista Morata y el Manchester United otros 85 millones por un delantero del Everton, Lukaku. Mientras el PSG aprieta a Neymar con una oferta que, de concretarse, supondría una inyección de 222 millones para las arcas del Barça (en una operación con un coste total de 600 millones), el Madrid parece dispuesto a gastarse 180 millones por un jugador francés del Mónaco de 19 años, Kylian Mbappé, o el club blaugrana pretende pagar unos 80 millones por el brasileño del Liverpool, Coutinho. Son, como puede verse, cantidades desorbitadas al margen de la calidad demostrada, o no, del jugador. La inflación futbolística también ha alcanzado al fútbol chino, hasta el punto de que 13 equipos de su Primera División tienen dificultades para pagar las voluminosas nóminas de sus jugadores y están en una crítica situación.
Es evidente que esta alocada y ruinosa carrera no tiene otro horizonte que la desaparición de clubs, otrora señeros, y la pérdida del poco espíritu deportivo que le quedaba al fútbol. Cierto que se ha convertido en un gran negocio, al que se han sumado empresarios del sector energético, de la construcción o del financiero con el doble objetivo de redondear beneficios y ganar predicamento público, lo que ha cambiado las reglas. Ha dejado de ser romántico, a pesar de que sigue contando con millones de fieles. Pero una cosa es que el deporte se haya convertido en un fenómeno global y otra dejar que sea un caballo desbocado hacia el abismo.
Las autoridades deportivas y federativas deben tratar de controlar esa locura con normas razonables que limiten las cantidades de los fichajes y los salarios de los jugadores. Hasta el deporte más profesionalizado del planeta, la NBA, tiene sus leyes y reglas para evitar que ocurra algo parecido a lo que está pasando en el fútbol. O se frena esa tendencia o habrá que lamentarlo más pronto que tarde.