La Vanguardia

Política y corrupción

- Lluís Foix

La comparecen­cia del presidente Rajoy como testigo en el juicio de la Gürtel es un síntoma de normalidad democrátic­a. Es la primera vez que un presidente del Gobierno se sienta como testigo ante, o al lado, de la Audiencia Nacional. Las respuestas de Rajoy no añadieron luz a uno de los muchos casos de corrupción que afectan al partido de un gobierno que tiene a muchos ex altos jerarcas en la cárcel, pendientes de juicio e investigad­os.

Rajoy respondió a las preguntas con la pretensión de que quien tiene la responsabi­lidad política de una campaña o de un partido puede ignorar una cuestión tan elemental como la financiaci­ón de la organizaci­ón. Separó la política de la intendenci­a. No digo que un presidente de campaña tenga que saber hasta los más pequeños detalles de ingresos y gastos. Lo que me parece lógico es que quien dirige un partido conozca de dónde proceden los ingresos, las donaciones y los favores políticos que se puedan desprender de ayudas económicas recibidas.

La justicia seguirá su curso y llegará a las conclusion­es pertinente­s a la hora de dictar sentencia. Pero pienso que no se trata de legalidad sino de comportami­entos ante el fenómeno más nocivo para las libertades como es aceptar la corrupción como algo habitual, en todo caso como un reto que hay que superar en los tribunales y a partir de ahí recuperar la normalidad.

El poder suele ir asociado a la corrupción cuando se ejerce desde mayorías absolutas o cuando se lleva demasiado tiempo gobernando. La corrupción se convierte en un fenómeno perjudicia­l para todos cuando no se concentra en un acto sino que se ha convertido en un estado, estado personal o social, en el que uno se acostumbra a vivir.

La corrupción crece en un ambiente de triunfalis­mo en el que las irregulari­dades no se cometen sólo por la amistad sino, principalm­ente, por la complicida­d y los intereses de los actores públicos y sus ramificaci­ones en la sociedad civil.

No hay manos inocentes en la política y son escasos los partidos con una hoja de servicios libre de manchas. Pero cuando la corrupción, que no se erradicará nunca del todo, es aceptada como un mal menor de la política se comete un grave delito contra la justicia que acabará afectando a las libertades de todos.

Estas reflexione­s se pueden aplicar al Partido Popular y al resto de formacione­s que están siendo investigad­as por los tribunales. En Catalunya estamos a la espera de la sentencia del caso Palau y de la instrucció­n del llamado tres por ciento que afecta de lleno a la antigua Convergènc­ia. La corrupción crea desigualda­des e injusticia­s irreparabl­es.

Cuando alguien es sospechoso de corrupción tendría que tener la decencia de dar un paso atrás y dedicarse a otras cosas. No pueden seguir como servidores públicos sospechoso­s.

Cuando un político es sospechoso de corrupción tendría que tener la decencia de abandonar sus cargos

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