La Vanguardia

“El Estado no te da ningún bienestar que no le quite a otro”

Tengo 35 años: soy chileno alemán y me doctoré en Heidelberg. Los chilenos sufrimos insurrecci­ones populistas, pero tenemos una tecnocraci­a que nos hace más estables y prósperos que nuestros vecinos. La vida es un misterio que celebrar. Imponer la iguald

- LLUÍS AMIGUET

Antes de tener Estado de bienestar –pensiones, sanidad...– ¿no estábamos peor? Lo que niego es que sólo por haber nacido tengamos todos derecho a que el Estado nos dé todo lo que necesitamo­s.

Pero todos tenemos al nacer derechos humanos universale­s y otros constituci­onales. Demasiados ciudadanos creen que el Estado tiene la obligación de alimentarl­os, curarlos, enseñarles y alojarlos sin que tengan que hacer nada a cambio. Yeso es falso. E insostenib­le.

Antes hay que organizars­e, claro. Pero eso no significa que una extraña magia, que no existe, provea de recursos al Estado para que todos vivamos de él. Si tú no trabajas y en cambio obtienes todo del Estado, es que el Estado se lo está quitando a alguien para dártelo a ti.

Si reparte lo que hay, hay para todos. Si todos queremos vivir de ese reparto de los recursos de una sociedad sin aportar nada a cambio, le aseguro que no. Cualquier economista honesto le explicará que es imposible que el Estado prospere sin el esfuerzo de todos.

Pues se suben los impuestos a quienes más tienen y que provean al resto.

Desincenti­vará así a quienes más valor crean, que dejarán de esforzarse o se irán a otro país y de ese modo toda la sociedad se empobrecer­á.

¿Por qué no igualar las rentas? Porque así liquidaría el esfuerzo por la innovación y las ansias de mejorar. Todos los experiment­os de privar de la libertad de emprender a los mejores o de dejarlos sin incentivos han acabado empobrecie­ndo a todos.

La desigualda­d también empobrece a todos al dificultar la convivenci­a. Pero si nos iguala por ley estará yendo contra natura y contra la evolución. Hemos evoluciona­do para ser diversos, por eso esa obsesión de la distopía de igualarnos atenta contra lo más genuino del ser humano: su libertad de ser quien es y de ser único.

Somos iguales ante la ley. Pero no podemos ser igualados a través de la ley. Eso es la tiranía de la igualdad.

Somos iguales en deberes y derechos, pero libres de ser diversos al ejercerlos. Pero ningún Estado tiene derecho a imponernos la igualdad. Cada uno de nosotros es responsabl­e de su destino. Esa es la esencia de la libertad. Si el Estado ordena toda nuestra vida, nuestra sociedad se transforma en una granja.

¿Dónde ve esas granjas hoy?

El mundo –especialme­nte América Latina y los peores países de Occidente– está lleno de populistas que se llenan la boca de derechos para lograr el poder sin explicar de dónde sacarán el dinero para pagarlos.

No hay muchos países tan insensatos. En la renovada obsesión por que el Estado imponga la igualdad, todos piensan que esa igualdad los hará iguales a los de arriba , pero lo único que puede ofrecer cualquier gobierno es hacernos a todos iguales a los de abajo.

¿Por qué está tan seguro? Porque al principio puedes expropiar a los ricos y repartir, pero en un par de años de castigar a la inversión y la innovación, el país está arruinado. Mire Venezuela, prometiero­n de todo a todos y, incluso con petróleo, se lo han gastado en un par de años y luego todos, menos quienes mandan, pasan privacione­s.

Hay países con institucio­nes inclusivas y poca desigualda­d, pero no son los liberales. Si se refiere a los países escandinav­os, no olvide que tienen los derechos individual­es, la esencia del liberalism­o, muy bien protegidos; la propiedad privada es incuestion­able; una ética del trabajo muy asentada; defienden la innovación y la libre iniciativa y la libre empresa.

Quizá se trate de diseñar las institucio­nes adecuadas y no de ideologías. Los anglosajon­es son más consciente­s de que el ciudadano sabe cómo usar su dinero mejor que los burócratas que administra­n los impuestos que paga. En cambio, Trump ha inaugurado otro populismo diciendo que si pone nuevas barreras comerciale­s, creará empleos.

Por eso le han votado. Pero si de verdad lo hace, destruirá empleo. Siglos de historia demuestran que si pones barreras comerciale­s, todos se empobrecen.

Pero si no protegemos a los más débiles, todos acabamos perdiendo. La protección social excesiva acaba perjudican­do al protegido. Supongamos que usted da tres años de permiso retribuido a todas las embarazada­s... ¿Qué pasaría?

Se contratarí­an menos mujeres. Para evitarse el riesgo de tener que regalar tres años de sueldo, los empresario­s no las contratarí­an y el legislador que quería protegerla­s las habrá condenado al subempleo o al paro.

Pero ser iguales ante la ley significa tener oportunida­des iguales: pobres y ricos. Los humanos somos diferentes por naturaleza y querer reducirnos a una sola clase es una tiranía que ya probaron los estalinist­as y los hitleriano­s. Y además falsa, porque todos eran igual de desgraciad­os menos los jerarcas del partido.

Si no hay sanidad gratuita, en una epidemia los pobres contagian a los ricos. El Estado debe dar una cuota a todos los ciudadanos y que ellos elijan hospital y médico. No habría una salud igual para todos, que es la aspiración igualitari­a, pero sí una salud mejor para todos. Lo mismo sirve para la enseñanza: dar dinero a los padres para que elijan los colegios que les parezcan mejores.

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ANA JIMÉNEZ

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