“La tecnología no es una finalidad en sí misma, sino un medio para lograr otros hitos”
La Universidad de Verano de Andorra de este año, la 34ª, ya, quiere debatir en torno a la temática de Tecnología y humanidad:
luces y sombras. Como es ya habitual, la Universidad busca una reflexión transversal y profunda, aprovechando el ritmo todavía pausado propio de finales del verano.
La temática de este año es poliédrica y rica en matices. Por este motivo, los conferenciantes que participarán han sido escogidos para aportar a la reflexión esta necesaria plurisdisciplinariedad.
Para abrir el debate, y aunque mi opinión no puede ser comparada con la de estos especialistas, sí desearía realizar un esbozo de cómo se ve esta aparente dicotomía desde la vertiente de gestor público y de político.
Creo que no hay que invertir muchos esfuerzos en alabar algunas vertientes de la tecnología que han permitido, hasta hace poco, adelantos impensables en nuestra calidad de vida, que podríamos ejemplificar en el campo de la medicina. Tampoco es mi objetivo debatir sobre cómo esos avances ensanchan todavía más el abismo entre aquellas sociedades en las que, gracias a sus recursos, la tecnología es omnipresente o aquellas que por su situación económica se ven privadas de ella.
En el ámbito más asociado a mi actividad política, los adelantos tecnológicos se hacen visibles, sobre todo, como herramientas de comunicación. Podríamos decir que la tecnología es positiva porque, como receptores, estamos cada vez más informados inmediatamente de todo lo que sucede, y así podemos reaccionar de forma más dinámica a las situaciones que se nos plantean. Esta comunicación, sobre todo vía redes sociales, nos permite también interaccionar más directamente con los ciudadanos y los electores, escuchando sus sugerencias y peticiones, y pudiendo dar respuesta a sus inquietudes. Hay que matizar que estos efectos positivos están presentes, sobre todo, a escala pequeña, en realidades pequeñas como la de Andorra, o que podríamos reencontrar en el mundo local en otros lugares. En ámbitos más amplios, esos elementos de comunicación directa pierden la realidad, porque a menudo se introducen intermediarios, responsables de filtrar y canalizar los mensajes.
A pesar de ello, no quiero ser naif, y quisiera recordar algunos de los elementos más perniciosos que ha aportado la tecnología en el ámbito de la comunicación política. La multitud de informaciones que están disponibles constantemente en el gestor público, no siempre fidedignas, obligan a exacerbar nuestra prudencia. Pero, seguramente, el elemento más negativo es la exigencia de inmediatez en la acción y reacción políticas. No tenemos excusa de no estar informados y estamos constantemente conectados, así que se exige una respuesta inmediata. Pero esa exigencia que posibilita la tecnología es contradictoria con la naturaleza humana, en la que la reflexión exige unos tempos de maduración. Es en este sentido que considero que la tecnología en el ámbito de la comunicación política prioriza el tiempo a la calidad, la respuesta impulsiva y superficial a la reflexión pausada y razonada. Otro efecto pernicioso está relacionado con el volumen ingente de información que está a disposición de los ciudadanos. Con tanta información, triunfa la política del titular, que simplifica en exceso perdiéndose las explicaciones matizadas que se corresponden más a la complejidad de la realidad. Los abusos en este campo tan solo pueden ayudar a posiciones populistas que no necesitan largas explicaciones, o, más acertadamente, a las que no les conviene entrar en la argumentación.
Así, la tecnología está y tiene que estar cada vez más presente en la comunicación política, pero manteniendo los tempos propios de la humanidad. Tenemos que seguir siendo conscientes de que la tecnología no es una finalidad por sí misma, sino un medio para lograr otros hitos.