"La orografía de Andorra esconde maravillas naturales"
EN UNA EXCURSIÓN SENCILLA SE PUEDE DESCUBRIR DESDE FLORA MEDITERRÁNEA EN COTAS BAJAS HASTA FLORA AUTÓCTONA EN COTAS ALPINAS. UN MUNDO DEL QUE SE ESTÁ HACIENDO CADA VEZ MAYOR DIVULGACIÓN
Andorra sorprende al visitante nada más llegar. En apenas 486 km2 de extensión, se puede pasar de los 800 metros de altitud hasta los casi 3.000 metros. De hecho, tiene 65 cumbres de más de 2.500 metros. Un país con una orografía así es un espectáculo en los cambios de estación. Manel Niell, biólogo del Centro de Estudios de la Nieve y la Montaña (CENMA), nos descubre algunas de las excelencias del patrimonio natural que envuelven el Principado y nos da pistas para descubrirlas en agradables paseos y excursiones.
Andorra posee un patrimonio natural excepcional. ¿Por qué?
Su ubicación, en la parte central de los Pirineos, la hace única. Posee una orografía muy diversa, gracias a su disparidad de cotas. Por ejemplo, la flora que podemos encontrar a 800 metros es muy diferente de la que crece a 2.000 o 3.000 metros. El país contrasta por un clima mediterráneo en las cotas más bajas y diversos microclimas y seres vivos en las zonas más altas. Podríamos decir que se establecen diversos ambientes. Mientras a unos 840 metros se pueden encontrar encinas, sabinas o boj, la flora varía a medida que la cota de montaña sube.
¿Qué zonas recomendaría para salir de excursión?
En la Solana d'Engordany o en el camino de Sant Julià a Fontanera, pueden contemplarse encinares, pino albar, sabina o boj. A los pies de Andorra la Vella, en el Rec de l'Obac, tienen una cita los amantes de los árboles caducifolios, con robles, tilos y cerezos. En cotas más altas, como el Coll d'Ordino, El Serrat, el valle de Sorteny o Soldeu El Tarter, se hace presente el pino negro. También son inconfundibles los bosques de galería a lo largo del curso del río, tal como propone la ruta del Camino del Hierro, en la zona de El Serrat. Los amantes de los prados alpinos tienen una cita en Ransol, sin obviar el lago de Pessons o Tristaina.
La grandalla tiene un gran significado para los andorranos.
Sí, es característica de Andorra y la flor nacional. Con ella, antiguamente, se ornamentaban las iglesias, aunque sin abusar, por su olor tan fuerte. Es una especie bulbosa que crece en los prados durante la primavera. Aunque últimamente ha menguado, hay más construcción.
¿Y la flor de la nieve, conocida como edelweiss, se puede ver?
En Andorra no crece. Sí hay una flor parecida que tiene un gran interés, y que crece en los neveros cuando comienza el deshielo. Pese a ello, cada vez hay menos ejemplares, por el cambio climático. Cuando los neveros o ventisqueros se reducen antes por el aumento de las temperaturas, los microorganismos, entre ellos los hongos, también están en peligro.
¿Cuál es su principal función como biólogo en el CENMA?
Es un organismo del Instituto de Estudios Andorranos que hace investigación en temas que rodean la montaña y que son de especial interés para el país: la biodiversidad, la nieve y los aludes, la cartografía de montaña, la geología, la geomorfología, los riesgos geológicos, los recursos hídricos nivales, la climatología, la flora y la fauna de alta montaña, "La grandalla, considerada la flor nacional de Andorra, crece en los prados del país durante la primavera" los pastos... Y se hace divulgación, difusión y educación sobre los resultados obtenidos.
Usted es también coautor de un libro sobre remedios tradicionales del Pirineo.
Hace años, la gente utilizaba las plantas para satisfacer sus necesidades básicas. No solo como alimentación, sino también con finalidades curativas. En el libro, escrito junto a Antoni Agelet Anton, se hace una recopilación exhaustiva de los usos tradicionales de las plantas y las setas de las tierras andorranas. Fue posible gracias a entrevistas con las personas mayores del país. Se describen 160 plantas y algunas especies de hongos, casi todas con un uso medicinal, pero también alimentarios. Por ejemplo, el tomillo, en infusión o para sopas. Se hervía, se colaba y se le añadía pan moreno y aceite, era un gran antiséptico, sobre todo para problemas gástricos. Y para los resfriados, jarabe de piña de abeto. Se maceraba una piña verde, sin retirar la resina, unos 40 días con azúcar de caña. La resina se disolvía con el azúcar y se obtenía un jarabe muy aromático.