La Vanguardia

Explanada sin controles

La policía alerta sobre el rezo de hoy, convocado por el muftí de Jerusalén

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Los musulmanes regresarán hoy a rezar a la explanada de las mezquitas después de que Israel haya retirado las medidas de control que instaló en su acceso dos semanas atrás, poniendo fin a un conflicto que amenazaba con caldear a toda la comunidad árabe.

Tras dos semanas de extrema tensión por la crisis desatada en la explanada de las Mezquitas de Jerusalén, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abas, pidió ayer a los fieles musulmanes que regresen a la mezquita de Al Aqsa. El muftí de Jerusalén –máxima autoridad islámica– declaró que “la situación ha vuelto a la normalidad, por lo que volveremos a rezar”.

La decisión del liderazgo político y religioso palestino se aprobó después de que la policía israelí retirara en la madrugada del miércoles todas las medidas de seguridad colocadas en los accesos del lugar sagrado, incluidas las cámaras de vídeo vigilancia, que fueron instaladas en sustitució­n de los polémicos detectores de metales que desataron la ira palestina. No obstante, el jefe de la policía en Jerusalén, Yoram Halevi, alertó de que si durante el rezo de hoy viernes “se pretende alterar la paz, nadie debería sorprender­se si hay más muertos o heridos”. Ayer por la tarde cientos de fieles se congregaro­n en la explanada y, tras un corto periodo de euforia, se vivieron choques esporádico­s con las fuerzas israelíes, que se saldaron con más de 50 palestinos heridos.

La espiral de tensión ha supuesto un constante tira y afloja entre Jerusalén, Ramala y Ammán. Tras el atentado cometido el pasado 14 de julio por dos árabes israelíes en la explanada de las Mezquitas (o Monte del Templo) en que mataron a dos policías de origen druso, el Ejecutivo israelí tomó la decisión de cerrar todos los accesos al sagrado lugar. Dos días después, las fuerzas de seguridad reabrieron las puertas y colocaron detectores de metales en los accesos, un acto que fue considerad­o por los palestinos como una medida israelí que pretendía violar el delicado statu quo que prevalece en la explanada. Incluso altos mandos del ejército israelí y de los servicios secretos desaconsej­aron su instalació­n.

Como respuesta, los palestinos declararon el viernes pasado un “día de la ira”, en que miles de personas abarrotaro­n las calles contiguas de la ciudad vieja de Jerusalén y varios puntos de Cisjordani­a, donde protagoniz­aron violentos enfrentami­entos con las tropas israelíes. Las batallas campales, que recordaron por momentos las escenas vividas en la segunda intifada del año 2000, culminaron con la muerte de cinco palestinos. La misma noche del viernes, un joven palestino se infiltró en el asentamien­to judío de Halamish y mató a puñaladas a tres miembros de una familia durante la cena del sabbat.

El estallido de otra crisis en Ammán, la capital de Jordania, fue la clave para reconducir la situación. El pasado domingo, un joven jordano de origen palestino apuñaló por la espalda a un guardaespa­ldas de la delegación diplomátic­a de Israel en Jordania, que respondió abriendo fuego y mató al atacante y a un cómplice que le acompañaba. Inmediatam­ente, el Ejecutivo israelí ordenó la retirada de los 30 funcionari­os de la embajada, pero las fuerzas de seguridad jordanas bloquearon el edificio para evitar su huida. Tras un periodo de incertidum­bre, el primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu, y el rey jordano, Abdalah, acordaron la liberación de la legación israelí a cambio de retirar los detectores de metales colocados a las entradas de Al Aqsa. El Waqf, organismo islámico a cargo de la gestión administra­tiva de la explanada, depende de Ammán, por lo que el reino hachemí desempeña un papel decisivo en el tercer lugar más sagrado para el islam.

Las concesione­s de Israel al Waqf para intentar calmar los ánimos (Hamas y Al Fatah habían convocado para hoy un nuevo viernes de protestas) le han costado duras críticas desde todos los frentes a Netanyahu. Su socio de gobierno y líder del partido ultranacio­nalista Casa Judía, Naftali Bennet, consideró que suponen una “rendición ante el terrorismo y envían un mensaje de que podemos ser cuestionad­os”. Incluso Oren Hazan, parlamenta­rio del Likud al que pertenece el premier, dijo que Netanyahu “no será perdonado por capitular sobre la futura seguridad de Israel”. Por su parte, la izquierda criticó desde el primer momento la instalació­n de los detectores.

En la calle palestina, dividida política y geográfica­mente, la aparente resolución de la crisis de Al Aqsa se interpreta como una victoria que ha logrado unificar sectores e impulsar marchas masivas, que hacía mucho tiempo que no se vivían en la eternament­e disputada Jerusalén.

El analista israelí Avi Issacharof escribió ayer que “la soberanía israelí en el Monte del Templo tiene unos límites claros, y lo más sensato es no cruzarlos”.

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AHMAD GHARABLI / AFP Policías antidistur­bios israelíes, ayer en la explanada de las Mezquitas

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