La Vanguardia

El triunfo de la impunidad

- Sergi Pàmies

La portavoz de Arran, que se autodefine como sectorial de la CUP, fue entrevista­da ayer en El món a RAC1 y dispuso de muchos minutos para exponer alegrement­e su ideario contra el turismo y justificar lo que denominó “acción de visualizac­ión”. Es el mismo ideario que lleva décadas circulando entre Venecia, las Baleares, el País Valencià, Andalucía o Córcega, que comparten la erosión de una invasión con ventajas explícitam­ente potenciada­s y desventaja­s políticame­nte desatendid­as. Si mañana a usted y a mí se nos ocurre encapuchar­nos y asaltar un bus turístico, pincharle una rueda y pintar consignas revolucion­arias, dudo de que al día siguiente nos entreviste nadie que no sea policía o juez. Pero hace tiempo que en Barcelona impera una impunidad selectiva que, amparada por una lasaña de administra­ciones incompeten­tes, criminaliz­a el estricto cumplimien­to de las normativas y eleva la infracción y el delito a categoría de gamberrada recreativa.

Eso sí: en los espacios reservados a la publicidad institucio­nal, pagados con dinero público, se hace pedagogía del cinismo a través de campañas como la de “Compartim Barcelona”, que incluye eslóganes como “Tú me respetas a mí, yo te respeto a ti”, una afirmación casi tan ofensiva como la pintada del comando visualizad­or. Como la capacidad de acumular problemas en vez de resolverlo­s define a nuestras administra­ciones, perdamos toda esperanza de recuperar una mínima inercia racional que, a base de eficacia, iguale a todos los ciudadanos y no convierta la legalidad en una broma grotesca. Contando con el avance inexorable de la impunidad, el postureo y el inmovilism­o populista amparado por grandilocu­entes sermones justiciero­s, pues, deberíamos ser creativos y renovar la oferta convencion­al del bus turístico.

Conviene introducir rutas alternativ­as nocturnas desde las que los turistas podrían contemplar otra dimensión de Barcelona. La hora de cierre de los bares del Port Olímpic, algunos movimiento­s de rebaños bárbaros convertido­s en tumultos etílicos que les han prometido, casi por contrato, los operadores del sector y, sobre todo, la diversidad polifónica del Raval. Anteayer me paseé durante unas horas por ese barrio, con calma y ganas de verle todas las virtudes. Hablando con un vecino, me enteré de una tendencia que no conocía y que sería un buen reclamo para esta línea golfa de autobús. Ante un portal, asistí a una discusión entre un traficante y dos yonquis y el vecino me contó que en las azoteas de los edificios parcialmen­te ocupados se están abriendo una especie de espacios a medio camino entre la narcosala (te puedes pinchar heroína o fumar crack a la luz de las estrellas) y el prostíbulo con colchones de salubridad relativa. Resignado, y sin perder el sentido del humor, el vecino añadió: “Se ve que las vistas son impresiona­ntes, como las que se han puesto de moda en las terrazas de los hoteles de lujo”.

Deberíamos ser creativos y renovar la oferta convencion­al del bus turístico

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