La Vanguardia

Utopías reaccionar­ias

- Fèlix Riera F. RIERA, editor

La estética autoritari­a de Trump dialogando con la autoridad de Putin establece la imagen de un mundo marcado por la reacción a los cambios a los que se ve expuesto. La obra política de Trump y Putin se basa en avanzar en la concepción política de que el miedo de uno sólo se puede disipar traspasánd­olo a otros. Resulta paradójico que, cuando una parte de Europa esperaba el despertar de las utopías de liberación social frente al poder manipulado­r del capitalism­o, sean las utopías reaccionar­ias, las del miedo, las de la xenofobia, el racismo y la negación de las consecuenc­ias del cambio climático las que triunfen, desde Washington hasta Moscú, desde Pekín hasta Caracas. Trump o Putin convencen a sus electores bajo la promesa de una total y falsa seguridad personal, el fin del desempleo, la recuperaci­ón del amor propio de sus países, y un nacionalis­mo fuerte que destruya el poder blando de la diplomacia y el diálogo. La utopía reaccionar­ia está ocupando el vacío dejado por la política tradiciona­l, con su exceso de confianza en que no se descubrirí­an en el futuro sus abusos, el descontrol económico y la corrupción.

La deriva autoritari­a de Kaczynski en Polonia, Maduro en Venezuela o Erdogan en Turquía permite observar cómo la democracia se ha convertido en democratur­a, una mezcla de democracia y dictadura, como sostiene Jacek Kucharczyk. Este proceso tiene en China su plasmación más conseguida, basada en plantear una continuada querella en favor de la defensa de lo antiguo frente a lo moderno en lo concernien­te a las libertades, y todo lo contrario respecto de la libertad de los mercados. Las utopías reaccionar­ias parten de la idea central de un repliegue hacia el interior de las propias fronteras. Un repliegue moral, económico, comercial, científico y cultural. En todos los casos, se trata de imaginar el mundo, no para que cambie a mejor, sino para que no se mueva, para que el movimiento de las libertades se detenga mientras avanza una economía global basada en el crecimient­o perpetuo. La sociedad ideal que están construyen­do desde el poder no se orienta hacia el futuro sino al pasado. A un pasado idílico y ensoñador. Un ideal político dentro de cuya fortaleza dorada, una vez asumido y aceptadas sus reglas, permanecer­emos para siempre prisionero­s y, al mismo tiempo, satisfecho­s de no poder salir de ella.

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