Buscadores y buscadoras
Vuelve agosto y con él Juego de Damas, pero es posible que aunque esté escribiendo esta columna en la noche del lunes, cuando salga hoy martes, primetero de mes, este ya no sea su nombre... Por lo visto hay quien considera que lleva implícito un mensaje machista, inaceptable en estos tiempos en que sigue la moda (absurda) de duplicar los discursos para potenciar un lenguaje no sexista. Para no ofender a ellas diciendo sólo ellos. Y tener en cuenta a vecinos y vecinas. Jueces y juezas. Concejales y concejalas. Y “jóvenes y jóvenas”, como soltó Carmen Romero hace un montón de años. Lo dicho. Esto ya dura demasiado. Nada es como antes y menos los veranos. Lo malo es que, en lugar de que la experiencia y los años lo hagan todo más fácil, da la sensación de que nos esforzamos para que cada vez todo resulte más largo y pesado. Hemos cambiado los tres meses con papá de Rodríguez y mamá cuidando de la tribu en la playa por continuos subeybajas y caravanas a diario. Porque a eso hemos llegado. Con esta necesidad de cubrir con sólo treinta días (los que nos tocan por cabeza) el trimestre de los niños, Barcelona vive una operación salida a diario.
Echo de menos la hiperactividad infantil del no hacer nada más que dejarse arrastrar por las olas y peinar la orilla con un rastrillo. Competíamos hermanos y primos en ver quién cazaba (¿o era pescar?) más tellerines y luego comprobar que siempre era yo quien comía más y más rápido... También añoro las persecuciones a las que sometíamos a los escarabajos peloteros que invadían nuestras tardes de verano con su trasiego de excrementos. Basura hay más ahora que antes pero, como las tellerines, esos simpáticos cornudos también han desaparecido del mapa. En las playas de hoy (mi geografía veraniega no ha cambiado aunque parece otra, invadida de griterío de nevera, nudismo y perros incluso fuera de sus zonas reservadas) no quedan ya ni los buscadores de metales. Ellos no han desaparecido. Los han prohibido. En el 2014 se comenzó a sospechar que estos buscadores de oro (o lo que sea) incurren en un delito porque se apropian de “cosa perdida u objeto de origen desconocido”, conducta tipificada en el Código Penal. Mientras los abogados que los defienden aducen que los metales encontrados en los arenales son “objetos abandonados”, por lo que no hay delito, hay quien ha sido más listo y ha cambiado la arena por el cemento.
Debe de pasar todo el año (porque, como la operación salida, lo de la fiesta nocturna en Barcelona también sucede a diario), pero yo he descubierto hace sólo una semana que comienzan a ser legión los que aparecen de madrugada en las zonas de discoteca. Llevan su detector de metal y, antes de que aparezcan los carritos de la limpieza para arreglar la cara de la ciudad a manguerazos, apartan el grano de la paja: desechan basuras y vómitos y se hacen con los tesoros olvidados por quienes por las noches pierden la memoria y la vergüenza. Son los nuevos buscadores de oro. Y buscadoras.
Llevan su detector de metal; desechan basuras y vómitos y se hacen con los tesoros olvidados de quienes pierden hasta la vergüenza