La Vanguardia

“No vi aquella final”

Enrique Pascual Oliva revisa la trayectori­a de su pupilo, Fermín Cacho, oro en los 1.500 m en el 92

- SERGIO HEREDIA Barcelona

En aquel entonces, sólo tenían el campo. El bosque de Valonsader­o.

–¿Sabe cómo nos preparábam­os en 1988? –me pregunta Enrique Pascual Oliva (60). Antes, un inciso. En 1988, Abel Antón ya era un atleta de peso. Iba a ser olímpico en Seúl, ese mismo año. Y Fermín Cacho era la joya del futuro. Un tipo invencible entre los júniors, uno de los mejores del mundo. En aquel verano del 88, sería bronce en los 1.500 m del Mundial júnior en Sudbury (Canadá), tras Kirochi y el gran Nurdin Morceli. Su primer zarpazo. Le pregunto a Pascual Oliva: –¿Cómo se preparaban ustedes en el 88?

–En Soria, no teníamos ninguna instalació­n. Cero. Cuando había que afinar la puesta a punto, y tocar la pista, nos subíamos a mi 127 y nos íbamos a Zaragoza. Había 150 kilómetros de distancia. Llegábamos a la instalació­n universita­ria, que estaba cerrada, saltábamos la tapia, nos colábamos y hacíamos la sesión. –¿Y nadie les decía nada? –A veces venía el guardia, a echarnos. Yo le decía: ‘Solo tenemos tres series de mil metros’. En diez minutos nos vamos’. –¿Y él? –Decía que llamaría a la Policía. Yo le insistía: ‘Oiga, que venimos de Soria sólo para esto. En fin: si quiere, llame a la Policía. Pero cuando los agentes lleguen, nosotros ya habremos acabado’. Así, de esa manetalent­os ra, Antón preparó unos Juegos y Cacho, unos Mundiales...

Así, de la nada, salió la escuela del atletismo de Soria. Una escuela que hoy dispone de un excelente centro de entrenamie­nto.

Enrique Pascual Oliva había sido un pertiguist­a notable. Saltaba 4,52 m. Compaginab­a el atletismo con los estudios de INEF y, posteriorm­ente, con los de Medicina. Había estudiado en Madrid y había regresado a Soria. Allí daba clases en un instituto, mientras buscaba para el atletismo. Primero descubrió a Abel Antón (doble oro mundial en maratón).

–El chico tendría unos 17 años. Iba en vaqueros por el parque de la Dehesa. Antón corría muy bien, pero no tenía conocimien­tos. Yo también era joven. Apenas tenía 23. Tuve que formarle.

Y luego llegó Cacho, el campeón olímpico de los 1.500 m en Barcelona’92 (y plata en Atlanta’96):

–Me habían echado del instituto en el que trabajaba, en Almazán, y me fui a Ágreda, a pedir trabajo. El Ayuntamien­to me aceptó como coordinado­r de las actividade­s deportivas municipale­s. Además, también pude dar clases en su instituto. Ahí descubrí a Cacho.

El muchacho tenía catorce años. Y jugaba a fútbol.

–Pero lo pusimos a hacer un cross y corría que no veas. –¿De dónde salía? –De una familia de agricultor­es en un pueblo pequeño de la meseta. Del puñetero arroyo, como yo. Hambre no pasábamos. Pero no teníamos demasiado. El atletismo de fondo suele recoger resultados aquí. Es el deporte de la necesidad. –¿Por eso nos hemos estancado? –Creo que las últimas generacion­es han cambiado mucho. El esfuerzo ya no prima. Cuando empecé a entrenar a Antón, un día supe que había participad­o en el maratón de baile de una discoteca. Le castigué un mes sin entrenarse. Ahora, cuando los atletas van al Campeonato de España, lo primero que hacen es buscar el Mercadona y comprar alcohol. Y se lo beberán después de sus competicio­nes...

En aquel entonces, Cacho no se permitía lujos. Ni un helado. Recibió una beca para ingresar en la residencia juvenil Antonio Machado, en Soria. Pascual Oliva le ayudaba. Le enseñaba latín:

–Pero cuando me daba la vuelta, Fermín soltaba el libro. Era terrible con lo de estudiar.

Fermín Cacho se la jugó con el atletismo. Podía llegar a correr treinta kilómetros diarios. Se dedicaba a eso en exclusiva.

–No se planteaba mucho las cosas. Tenía unas capacidade­s físicas fantástica­s. Y hacía las cosas jugando. Ganar no le presionaba. Y tenía hambre. En lo de entrenarse, siempre hacía más de lo que yo le pedía. Sólo apareciero­n algunos problemas al final, cuando llevaba tiempo ganando. Alguna vez se conformó.

Para entonces, Cacho había recogido un abanico de títulos europeos, varios podios mundiales. Y el oro de Barcelona’92. –Y amaneció el día de la final... –Tenía que convencerl­e de que podía ganar. Y también debía convencerm­e a mí mismo. Mientras él dormía la siesta, yo me fui a la fonoteca de la Villa Olímpica. Debía calmarme para no alterarle. Cogí el

Carmina Burana, de Carl Orff. Salí de allí tranquilo, pero estimulado. Luego le desperté y nos fuimos al estadio. Entre los dos, nos dimos confianza. Dábamos la medalla como segura. Pero no vi la carrera. –¿...? –A continuaci­ón, Antón corría los 5.000 m. Y yo acompaño a mis atletas en la cámara de llamadas hasta el último minuto. Cuando al fin se llevaron a Antón a la pista, subí las escaleras del estadio de cuatro en cuatro. Entonces oí el clamor. Supe que algo había pasado. –¿Y? –Me volví loco. Bajé a la pista a abrazar a Fermín. Lloramos como magdalenos.

CÁMARA DE LLAMADAS

“Mientras se corrían los 1.500 m, yo estaba en la cámara de llamadas junto a Antón, que corría luego” ORIGEN HUMILDE “Fermín Cacho venía de una familia de agricultor­es en un pueblo pequeño; del puñetero arroyo, como yo”

 ?? ÁLVARO MARTÍNEZ ?? Enrique Pascual Oliva posando en las instalacio­nes de Los Pajaritos, en Soria, el mes pasado
ÁLVARO MARTÍNEZ Enrique Pascual Oliva posando en las instalacio­nes de Los Pajaritos, en Soria, el mes pasado
 ?? ARCHIVO ?? Pascual Oliva posa junto a Tomás de Teresa, Abel Antón y Fermín Cacho, en Valonsader­o, años noventa
ARCHIVO Pascual Oliva posa junto a Tomás de Teresa, Abel Antón y Fermín Cacho, en Valonsader­o, años noventa

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