Viaje alrededor de mi habitación
ACCEDER a la estación de Sant Pau-Dos de Maig, en la línea 5, ya no es tan fácil como antes. Muchos días, una cola de turistas que acaban de visitar la Sagrada Família colapsa las tres máquinas expendedoras. Hay que explicarles lo que es una T-10 o una T-Dia para que no se eternicen en el vestíbulo. Y, sin embargo, pese al barullo, uno no diría que estos turistas son unos “malnacidos”, como rezan algunas pintadas en la ciudad. Lo más sensato es pensar que a las autoridades –en este caso a TMB– les han faltado reflejos para poner más máquinas o para contratar a informadores en las horas punta. Con estas medidas, pagadas con la tasa turística, los vecinos viajarían más cómodos y los visitantes se llevarían un mejor recuerdo.
Pero hoy cotizan poco las terceras vías. O eres independentista o eres unionista. O criticas al turismo y afirmas que los asaltos de Arran son “un hecho aislado”, o eres un neocon que se relame de gusto viendo cómo la gentrificación expulsa a los vecinos humildes hacia los confines del extrarradio.
Decir que el Ayuntamiento debería aumentar las frecuencias de autobús y metro en las zonas con más turismo, o encontrar soluciones a la carta para los vecinos más afectados por la invasión extranjera, o invertir aún más en la inspección de los alquileres pirata, no es dar por bueno el modelo de ciudad de sangría y playa. O no debería entenderse así.
En el fondo, los problemas a los que nos enfrentamos son los mismos que tienen las ciudades que sufren a diario una invasión de catalanes viajeros. Malnacidos o no, lo que está claro es que casi todos somos turistas y causamos impacto allí donde nos desplazamos. La solución definitiva sería que todos emuláramos a aquel personaje del escritor francés Xavier de Maistre que, confinado en arresto domiciliario, sólo viajaba imaginariamente alrededor de su habitación. Pero algunos no se contentarían ni con eso: nos acusarían de masificar nuestros propios pensamientos.