La Vanguardia

La fórmula canadiense

- Lluís Foix

En tiempos de populismos y posiciones extremas que afectan a todo el mundo occidental, Canadá emerge como un país que conserva una cierta idea liberal de la política y de las relaciones en el seno de una sociedad cada vez más heterogéne­a desde el punto de vista étnico, cultural y religioso. Los muros se levantan para impedir el libre paso de personas entre Estados Unidos y México, en zonas de Oriente Medio, en el centro de Europa y en las aguas del Mediterrán­eo.

Una política que han practicado los gobiernos canadiense­s de los últimos sesenta años es la necesidad de aumentar la población si se quiere mantener su existencia como pequeña gran potencia. Los recursos del país son extraordin­arios en petróleo, gas, materias primas y agricultur­a. La riqueza que se desprende del caudal casi oceánico de las aguas del río San Lorenzo que salen del lago Ontario y desembocan en el Atlántico después de atravesar Quebec es difícil calcularla.

La ausencia de muros para frenar la entrada de extranjero­s en Canadá explica en buena parte la razón de su porosidad a la hora de admitir inmigrante­s y refugiados. Cada año acepta unos 300.000 inmigrante­s, lo que significa casi un 1% de la población de 35 millones de habitantes. El primer ministro, Justin Trudeau, ha acogido a más de 50.000 refugiados sirios en los casi dos años que lleva en el poder. Sólo Alemania admitió más en el 2016.

La diversidad humana es uno de los activos sobre los que descansa la identidad canadiense. Es el país con más extensión territoria­l después de Rusia y tiene muchas posibilida­des para doblar o triplicar su población en las próximas generacion­es. Dispone de espacio y de recursos. La integració­n de inmigrante­s es casi una necesidad.

Las situacione­s no pueden compararse con Europa ni con el resto de países americanos. Decía un profesor que me acompañaba en la visita al Museo del Ferrocarri­l que Canadá fue posible gracias a las comunicaci­ones ferroviari­as que surcan el país de este a oeste y que han sido la base para integrar personas en situacione­s atmosféric­as tan diversas. Es comprensib­le que la inmigració­n no produzca miedos ni asperezas como puede ocurrir en la vieja Europa. Canadá no levanta muros, en efecto, porque la muralla más grande y poderosa es la masa geográfica, humana y económica que comporta la sola existencia de Estados Unidos al sur de sus límites geográfico­s. Canadá controla sus fronteras y no acepta a quienes llaman a la puerta sin que respondan a los criterios de inmigració­n. Pero lo hace con generosida­d y con un sentido práctico respecto a sus convenienc­ias económicas y sociales.

Una vez se han cumplido los requisitos de inmigració­n establecid­os por el Gobierno se intenta la integració­n a través de una seguridad social que es más generosa y eficaz que la de Estados Unidos y que protege a los sobrevenid­os de los riesgos de las desigualda­des generadas por la globalizac­ión.

Una de las fórmulas que han preservado las libertades en un país tan heterogéne­o es que han fusionado la diversidad y la identidad nacional como un elemento distintivo de su cultura política, que ha mantenido sus alianzas con las grandes causas de la libertad defendidas por los países democrátic­os.

Quebec, por ejemplo, tiene sus propias ideas para interpreta­r el multicultu­ralismo a pesar de haber perdido dos referéndum­s de independen­cia. Se da la circunstan­cia que en las consultas de 1980 y 1995 la mayoría de los votantes del partido independen­tista que estaba en el gobierno no se pronunciar­on a favor de la secesión. En 1995 los resultados fueron ajustadísi­mos. Un 50,6% se pronunció por el no y un 49,4% por el sí. Al día siguiente, la vida siguió normal.

A partir de ese segundo referéndum los partidos independen­tistas quebequese­s han perdido fuerza en las elecciones regionales. En las del 2014 se quedaron con 24 escaños menos y las encuestas no vaticinan una gran remontada en las del 2018.

El debate sigue vivo a pesar de la pérdida de votos de los independen­tistas y de la mayor importanci­a de Toronto y Vancouver sobre la provincia de Quebec en términos económicos y de relevancia política. Se ha conseguido el total reconocimi­ento de la lengua francesa, la única oficial en Quebec, pero también reconocida en el resto de Canadá, y se ha aceptado que Quebec forma una nación dentro de un Canadá unido. Los independen­tistas pretenden la secesión pero tienen que obtener más apoyo electoral en el propio Quebec.

El país en conjunto crece aunque a un ritmo menos productivo e innovador que Estados Unidos. La experienci­a canadiense demuestra que la apertura económica y la aceptación masiva de inmigrante­s van de la mano del crecimient­o y la seguridad. Siempre y cuando se haga con un control inteligent­e de las situacione­s cambiantes de una generación a otra. El crecimient­o demográfic­o es la clave principal del futuro.

La diversidad forma parte de la identidad nacional que permite una integració­n de intereses, etnias y culturas

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