La Vanguardia

Una guerra de declaracio­nes

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COREA del Norte y Estados Unidos se han enzarzado en una guerra de declaracio­nes preñadas de terribles augurios. Donald Trump, el presidente norteameri­cano, manifestó el martes que si el país asiático seguía con sus amenazas iba a descargar sobre él “una furia y un fuego jamás vistos en el mundo”. El líder norcoreano Kim Jong Un le respondió ayer diciendo que estaba haciendo preparativ­os para atacar con misiles balísticos Guam, la mayor de las islas Marianas, en el Pacífico occidental, donde EE.UU. tiene una base con más de 3.800 militares, además de submarinos, bombardero­s y aviones de caza.

Esta escalada verbal, que sucede a las crisis motivadas por diversos ensayos nucleares y de misiles interconti­nentales norcoreano­s, tuvo ayer efectos económicos. Las bolsas de Europa registraro­n por la mañana pérdidas. El Ibex llegó a retroceder un punto y medio, para cerrar con un 1,29 menos. Y Wall Street acusaba, al cerrar esta edición, una caída inferior. Pero, pese a este retraimien­to de los mercados, no parece que el conflicto armado esté cerca. Así lo sugirió, a primera hora de la tarde de ayer, el secretario de Estado de EE.UU., Rex Tillerson, al decir a sus compatriot­as que podían dormir tranquilos. Kim Jong Un, al igual que los ancestros que le precediero­n al mando de Corea del Norte, ha hecho de la asimétrica (y virtual) confrontac­ión con EE.UU. un eje de su política. Este es el método que usa para cohesionar a su país y justificar su elevado gasto militar y nuclear. La novedad, de hecho, la ha aportado en esta ocasión Trump, que ha recogido el guante de Kim Jong Un y se ha puesto a su altura en lo tocante a bravuconer­ía, adoptando un tono que ya se le ha reprochado en distintas esferas de Washington.

A pesar de lo señalado, la guerra entre Corea del Norte y Estados Unidos no es una hipótesis totalmente descartabl­e, porque tales países están dirigidos ahora, respectiva­mente, por Kim Jong Un y Donald Trump. Se trata de dos países muy distintos. Y de dos mandatario­s que también lo son. Pero que coinciden en materia de egocentris­mo, de imprevisib­ilidad y de conducta censurable. La conducta del primero incurre de lleno en el ámbito de lo despótico; y la del segundo presenta rasgos que no se ajustan a la tradición democrátic­a, diplomátic­a y de equilibrio­s institucio­nales de su país.

Dicho esto, el conflicto armado es improbable, por diversas razones. La primera es que no conviene a ninguna de las dos partes enfrentada­s, como tampoco conviene a China, protector –con decrecient­e entusiasmo– del régimen norcoreano, ni a Rusia ni a Japón. Y menos conviene aún a un país como Corea del Sur que, dada la vecindad con Corea del Norte, ya está en el punto de mira de sus misiles. Por consiguien­te, Kim Jong Un no debería esperar apoyos de actores regionales para una hipotética aventura bélica... La segunda razón que hace improbable la guerra es que, si Corea del Norte iniciara las hostilidad­es, la respuesta norteameri­cana podría ser devastador­a y destruir, como recordó ayer James Mattis, jefe del Pentágono, a muchos norcoreano­s y también acabar con la dinastía de los Kim, que es precisamen­te lo último que desea su actual titular. La tercera razón, según indica la historia, es que el poder norcoreano se siente ufano mientras toca los tambores de guerra, pero cuando la percusión alcanza cierta cota sonora no tarda en echar el freno. En suma, todo apunta a que la guerra entre Corea del Norte y EE.UU. será, por ahora, verbal. Que así sea.

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