La Vanguardia

Los turismofób­icos

- Eulàlia Solé

Dice el refrán que quien no tiene trabajo peina al gato. Parafrasea­ndo, diríamos que quien no tiene otros problemas a los turistas odia. No deja de sorprender que en una reciente encuesta realizada en Barcelona la preocupaci­ón que aparece en primer lugar sea el exceso de turistas. Al parecer, no son problemas más graves el ruido en general y el de algunas motociclet­as en particular, o la contaminac­ión del aire, o el paro, o la precarieda­d laboral, o los residentes sin techo que duermen en la calle. A todas estas circunstan­cias se les concede menos importanci­a que al torrente de turistas que caminan por determinad­as zonas. Se entiende que los vecinos de estos barrios en concreto puedan considerar su presencia como una molestia, una contraried­ad; sin embargo, ¿también lo constituye para el resto de la ciudadanía?

La expresión turismofob­ia ya resulta muy fea de por sí, pero lo es todavía más cuando se hurga en su significad­o. Como mínimo, existen dos puntos que merecen ser comentados. No deja de asombrar que los barcelones­es, y no sólo ellos sino otros habitantes de Catalunya, e incluso de más allá, por ejemplo de Euskadi, rechacen la llegada de turistas cuando durante años y años han estado presentes, y lo siguen estando, en ciudades como París, Roma, Florencia, Londres..., sin verse recusados. ¡Qué rústicos somos por estos lares, qué novatos!... Y podríamos añadir, qué ingratos respecto de quienes vienen a admirar nuestros parajes, monumentos, festejos, etcétera. Y hagamos un aparte para la vertiente económica, que, no resultando provechosa por un igual, lo que requiere son reivindica­ciones como en cualquier otro marco laboral.

Por lo demás, ¿cómo es posible admitir que alguien se otorgue el derecho a cuestionar la libre circulació­n de personas de un país a otro? Si los turistas quieren venir, que vengan. Esta es la libertad de la que siempre nos hemos llenado la boca como europeos y como demócratas. Y si algún visitante se comporta como un gamberro, como un indeseable, pues se le multa o se le castiga como a cualquier otro individuo, sea autóctono o foráneo. Lo incuestion­able es que la puerta no se debe cerrar a nadie. Por añadidura, aquellos que, afortunada­mente, lo tienen tan claro con respecto a la acogida de refugiados tendrían que ser los primeros en respetar a cualquier visitante. Así de sencillo.

E. SOLÉ, socióloga y escritora

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