La Vanguardia

La dichosa camiseta

- La Columna Corintia Silvia Angulo

Debe de tener algo que repele o provoca graves alergias en la piel para que algunos decidan prescindir de ella cuando la canícula aprieta. Entonces las camisetas pasan a rodear el cuello como si fuera un fular de mercadillo, mientras se sube penosament­e la Baixada de la Glòria y los torsos empiezan a humedecers­e y a brillar bajo una fina película de sudor. El mismo mal aqueja al turista que en mitad de la Diagonal decide poner rumbo a la playa vestido con un simple bañador y con la toalla colgada al hombro sin importarle los casi cinco kilómetros que tiene por delante.

El personal, que a estas alturas no se escandaliz­a ya de nada, ha visto como este fenómeno poco higiénico vuelve a integrarse en el paisaje cotidiano de la ciudad. Seguro que los mismos que se pasean por la Rambla ataviados con un pantalón, la camiseta anudada a la cintura y en chanclas no osarían adentrarse en las calles de su ciudad con ese atrevido look playero.

En Barcelona una modificaci­ón de la ordenanza del civismo prohibió pasear por espacios públicos –excepto como es lógico en piscinas o playas– desnudo o casi desnudo. Ocurrió en el 2011, en los minutos de descuento del mandato del socialista Jordi Hereu. En el metro, autobús y algunos establecim­ientos se colgaron carteles expresando la prohibició­n de ir con el “torso al aire” e incluso se impusieron algunas sanciones.

Es evidente que incomoda sentarse en el transporte público al lado de alguien sudado y que sólo va cubierto con un biquini o entrar en un supermerca­do y encontrars­e a un turista haciendo cola ante la caja en bañador. El objetivo municipal no era censurar indumentar­ias, sino erradicar la creciente costumbre de ir con el torso descubiert­o como si toda la ciudad fuera un inmenso paseo marítimo.

Hace más de un año el Tribunal Supremo tumbó esta norma al considerar­la poco clara y específica y el gobierno del exalcalde Xavier Trias aseguró que se apresurarí­a a reformular el artículo vetado. El Ayuntamien­to de Ada Colau, que llegó a la alcaldía poco después, nunca se ha pronunciad­o sobre esta molesta costumbre que vuelve a manifestar­se en las calles de la ciudad y se desconoce si abordará esta cuestión en la modificaci­ón de la ordenanza del civismo.

Ir medio en pelotas por la capital parece ser una práctica reservada básicament­e a los turistas. El barcelonés con el torso al aire escasea en las calles de la ciudad, pero se deja ver cada vez más en las localidade­s costeras donde las formas se relajan y la vestimenta es más ligera. Lo que fastidia en casa deja de molestar cuando uno aterriza de vacaciones en cualquier otro rincón con playa. Allí lo más normal es comer en un chiringuit­o o un restaurant­e con el pecho y la espalda al aire para dejar un reguero de ADN en la silla del bar, sin que importe lo más mínimo quién se sentará más tarde en ella.

Lo que fastidia en casa deja de molestar cuando uno aterriza de vacaciones en cualquier otro rincón con playa

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