La Vanguardia

“All you need is love .... rapaparapá”

- JORDI BASTÉ

Hay una escena de Love actually que demuestra cómo de portentoso puede ser el cine edulcorado. Juliet (Keira Knightley) y Peter (Chiwetel Ejiofor) se casan y el amigo Mark (Andrew Lincoln) les sorprende con un grupo de músicos que, escalonada­mente (primero un grupo de góspel, después un cantante y después diversos invitados con instrument­os de viento, de cuerda e incluso un bajo), interpreta­n All you need is love de los Beatles.

Los que caímos en la marmita llena de azúcar cuando éramos pequeños vemos películas de la rama genealógic­a de Love actually y salimos del cine levitando. Nos encantaría ser el novio en la boda, el negro que canta, el blanco que toca el trombón o cualquiera de los del coro susurrando “love is all you need”. Empatizamo­s con la piel de gallina general y con el ridículo en particular sabiendo que repetir la escena es imposible porque desafinamo­s en la ducha, sólo sabemos tocar Vickie el Vikingo con la flauta dulce, con la guitarra Paranoid de Black Sabbath o Blitzkrieg Bop de The Ramones o con la bandurria Clavelitos. Nada más y nada menos.

Grosvenor Chapel es una pequeña iglesia donde se rodó la escena de Love actually. Se encuentra rodeada de tiendas de artículos de lujo. Está entre las estaciones de metro de Bond Street y Green Park en uno de los barrios más selectos de Londres, Mayfair, y en una de las calles con más tiendas de nivel, South Audley.

La iglesia, pequeña como incrustada por el tetris en plena calle, sorprende en medio de coches de lujo, de tiendas de marcas (pero de marcas de cuando las marcas eran marcas de verdad) y de restaurant­es de pedir un crédito. Martin, mi colega chino, que ya ejerce de cámara, observa que el interior de Grosvenor Chapel está a oscuras y la única luz es la natural que entra por los rosetones. Cerrado. Aparenteme­nte. El vestíbulo que da acceso a la puerta está lleno de papeles de informació­n y leyendo uno de ellos me entero que el nombre lo recibe de quien construyó el edificio en 1739, sir Richard Grosvenor. El motivo que origina más visitas es su órgano, construido en 1991, pero cuya caja ya era usada en el siglo XVIII. Nos acercamos a la puerta. Tiene una manija clásica. La bajo y se abre. El chino me mira sorprendid­o y, como la vergüenza se me pasó con la moda de los karaokes, voy para adentro. El silencio es demoledor. No hay un alma. Contrasta la escena con la de la película, en perfecto estado de revista lumínica para la boda. En Love actually, las filas están llenas con invitados, aquí, con la Bi- blia distribuid­a en cada asiento al lado de un pequeño sobre amarillo para las limosnas de los feligreses. En el sobre te piden nombre, apellido, dirección, código postal, fecha y firma. Y se puede leer que el donante, como contribuye­nte, da este dinero como ayuda de regalo. Es decir, que desgrava la limosna por pequeña que sea.

Levanto la cabeza y observo el órgano donde al lado aparecía en la película el coro de góspel acompañado­s por Lynden David Hall, un cantante de soul que físicament­e recuerda mucho a Jamie Fox, y que murió muy joven, a los 31 años, dos años después de cantar en el filme. Queda claro que la iglesia de Love actually y la que vemos hoy no tienen ninguna diferencia. Sirva por ejemplo la pila de agua bendita que aparece en el fondo de la iglesia en la boda de la película, que es la misma que me he encontrado de cara cuando hemos accedido.

Llevamos quince minutos en el interior de Grosvenor Chapel y no ha aparecido nadie. Miro los ventanales y uno de ellos recuerda probableme­nte al mecenas más grande que ha tenido la iglesia: un tal Edward Lygon Somers Corks que, según la Wikipedia de Londres, fue un banquero y político de principios del siglo XX (alcalde de Westminste­r).

Salimos del local sin llevarnos nada, a pesar que podríamos haber tomado prestado el órgano sin levantar sospechas, y echamos un vistazo por la zona. Al lado de la iglesia, locales exclusivos como Spa Illuminata, la tienda de relojes Bremont o la de ropa italiana Stefano Ricci. Entro en Ricci porque veo una chaqueta que soy incapaz de explicar con palabras. Las mismas palabras que me faltan para imaginarme la cara del chico que me anuncia que la chaqueta es de seda y que tiene el bonito precio de 4.900 euros. “Thank you and bye, bye”.

A pocos metros de Ricci hay un restaurant­e donde me temo que obligan a pagar entrada. Casi. Es el George, uno de los más selectos clubs de Londres. La normas son claras y ruines: “Las damas deben estar eleganteme­nte vestidas y los caballeros usarán una camisa con cuello. Vaqueros a medida están permitidos, pero desaliñado, holgado o rasgado no son aceptados”. Media vuelta y a pasarlo bien. Ahí os quedáis. “All you need is love”. Pues claro que sí. “Rapaparapá.”

La fórmula del éxito: un casting conocido, una banda sonora pegadiza, relatos cortos y la Navidad como escenario

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JORDI BASTÉ.
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