Exhibicionismo anoréxico
Rey Arturo: La leyenda de Excalibur Dirección: Guy Ritchie Intérpretes: Charlie Hunnam, Jude Law, Astrid Bergès-Frisbey, Djimon Hounsou Producción: EE.UU., 2017. Duración: 126 min. Aventuras.
Guy Ritchie siempre se ha caracterizado por el exceso: exceso estético, de adrenalina, de violencia... Empezó su carrera como la respuesta british a Tarantino, con títulos que saciaron la sed de posmodernidad como Lock & stock y
Snatch. Cerdos y diamantes .O Revólver y RocknRolla. Gustasen más o menos, había en sus películas una innegable personalidad. Jugando ya en primera división, Ritchie acogió el mito de Sherlock Holmes en dos películas, protagonizadas por Robert Downey Jr. y Jude Law, juguetonas, videocliperas, pasadas de rosca pero en el fondo simpáticas. Y sorprendió tanto a incondicionales como a detractores con la estupenda Operación U.N.C.L.E., sin duda su trabajo más acabado y, en buena medida, más contenido.
Pero Ritchie ya tenía en su filmografía un punto negro, negrísimo, la infumable Barridos por la marea, protagonizada por Madonna, entonces
su esposa. Ahora, con Rey
Arturo: La leyenda de Excalibur , ya tiene dos, aunque dadas las proporciones paquidérmicas del producto, más que un punto es un continente. Embutido en un “blockbuster” de altísimo presupuesto, su habitual exceso deriva en un exhibicionismo impúdico en el que se encadenan escenas sin sentido, atropelladas, batidas en una coctelera que es un continuo trampantojo histérico exclusivamente al servicio del efecto digital. La megaespectacular secuencia de apertura, una batalla colosal, conjuga El señor de los anillos con Juego de tronos
y ostenta un notable empaque visual, pero lo que sigue está mucho más pendiente del lujo del diseño o del montaje acelerado (el crecimiento del héroe, contado en dos minutos y un millón de planos) que del sentido de la aventura, narrativamente inexistente. La pasada semana recibíamos como disparate la inclusión del ciclo artúrico en la quinta entrega de Transformers. Comparadas por la coincidencia, la película de Michael Bay posee un “sense of wonder” más genuino que la de Ritchie, un relato mágico sin magia. Opulencia tosca y estéril, exhibicionismo anoréxico.
JORDI BATLLE CAMINAL