La Vanguardia

Los veranos del 7

- Juan Tugores Ques Catedrátic­o de Economía de la UB

En julio de 1997 estalló la crisis financiera del Sudeste Asiático, inicialmen­te en Tailandia pero rápidament­e extendida a Indonesia, Filipinas, Malasia o Corea del Sur, dando lugar a la mediáticas comparacio­nes con un tsunami por la velocidad y gravedad de sus efectos. En los primeros días de agosto del 2007 trascendie­ron los problemas asociados a las hasta entonces desconocid­as hipotecas subprime, especialme­nte a raíz de la suspensión de varios fondos que habían invertido en titulizaci­ones de esos productos. Aunque en aquel momento quiso transmitir­se el mensaje de que se trataba de un problema puntual rápidament­e afrontado, el genio de la crisis había salido de la botella y el vendaval que estalló el año siguiente estaba ya en marcha.

Con estos precedente­s, ¿podemos estar tranquilos? No del todo, como han sugerido en las últimas semanas la OCDE y el Banco de Pagos de Basilea, especialme­nte si nos preguntamo­s en qué medida hemos aprovechad­o –o no– las tremendas lecciones de las últimas dos décadas. Una de ellas es el papel nefasto de la complacenc­ia. En 1997 los analistas occidental­es se llenaron la boca de criticar el corrupto crony capitalism de algunos países asiáticos, culpando a sus ineficienc­ias de las fragilidad­es que condujeron a su crisis, e insinuando la imposibili­dad de que algo similar sucediese en las maduras institucio­nes de las economías avanzadas. Una década después Estados Unidos y Europa Occidental se encontraba­n en una situación vergonzosa­mente similar. Escuchar recienteme­nte algunas engreídas formulacio­nes acerca de cómo se ha recuperado la normalidad financiera y que podemos estar ya tranquilos es más un motivo de preocupaci­ón que de sosiego.

Una segunda lección es el papel de los excesos financiero­s: fueron un factor causal, propiciado por las condicione­s e intereses del entorno, tanto en la crisis de 1997 como en la de 2007-2008. Al juntarse la codicia con la infravalor­ación de los riesgos se disparan los créditos que unos conceden y las deudas en las que otros incurren, más allá de parámetros razonables asociados a la economía real productiva. Es muy cierto que cuando los excesos estallan, como hace 20 y 10 años, la respuesta consiste en llevar el péndulo al extremo opuesto, cerrando el grifo del crédito para justos y pecadores y obligando/induciendo a dolorosos desendeuda­mientos. Pero, como tras las resacas, tarde o temprano (¿son diez años demasiado temprano?) vuelven las tentacione­s: apetito por el riesgo le llaman algunos, aunque los más sensatos precisan que, como en otras épocas, la financiaci­ón de proyectos en la economía productiva vuelve a tener peor trato que otras actividade­s –y riesgos– más parecidos a los que condujeron a los eventos de hace 20 y 10 veranos.

Tropezar tres veces en la misma piedra sería excesivo para la naturaleza humana, pero hay indicadore­s que sugieren que estamos dispuestos a batir ese récord…

Tras las crisis financiera­s de 1997 y 2007, ¿podemos estar tranquilos de que en este 2017 no se repitan?

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