La Vanguardia

“Me ofrecieron 200 millones de pesetas por denunciar al juez Garzón”

MANUEL FERNÁNDEZ PADÍN TESTIGO CLAVE DE LA OPERACIÓN NÉCORA

- ANDRÉS GUERRA

Manolo habla con una calma pasmosa para alguien que está amenazado de muerte. Su testimonio fue clave para desmantela­r la organizaci­ón criminal que Sito Miñanco, Laureano Oubiña y el clan de los Charlines habían tejido sobre varias localidade­s de las Rías para introducir cocaína y hachís en España. Hoy denuncia que el Estado lo ha abandonado a su suerte. Le prometiero­n una vida segura y asegurada a cambio de ponerla en riesgo durante unos meses. Incluso, afirma que quisieron utilizarlo para destruir a Baltasar Garzón a cambio de dinero. Manolo, que vive en la sombra desde hace casi treinta años, contó su historia en el libro Dejadnos vivir. Tras el éxito de Narcos y con el rodaje en Galicia de Fariña y Oeste, una productora se ha interesado por su relato.

¿Desde cuándo se siente abandonado por un Estado que prometió protegerle? Me dejaron totalmente en la calle hace siete años. Tanto el fiscal Javier Zaragoza como el juez Baltasar Garzón hicieron múltiples promesas de que esto tendría un buen final, tanto para mí como para Ricardo Portabales, el otro testigo. Durante estos veinte años hemos hablado muchas veces de qué iba a pasar con nuestro futuro y siempre nos dijeron que no nos preocupáse­mos, pues nos conseguirí­an un trabajo, quizá en el extranjero, o algún tipo de solución económica habría. En 2010 nos dejaron en la calle. En mi caso, con un trasplante de hígado y psicosis maniaco-depresiva.

¿No les dieron el empleo prometido o les retiraron un salario?

Nos retiraron un sueldo que teníamos, el mío era de 997 euros. Ni siquiera redondearo­n, me llamó mucho la atención. Me pagaban en un sobre en mano en la Comisaría General de Seguridad Ciudadana, en la Dehesa de la Villa de Madrid. De esa cantidad restaban agua, gas y luz, así que para comer y vestirme me quedaban alrededor de 700 euros. Nunca pudimos trabajar, pues no nos estaba permitido dar nombre y apellidos en ninguna parte. Me han llegado a parar en la carretera en un control, pedirme los datos y el escolta decirle al agente: “Este señor no se identifica”.

¿Por qué decidió testificar y poner en riesgo su vida?

Se estaban introducie­ndo grandes cantidades de cocaína procedente de Sudamérica y así lo dije en un programa de Televisión de Galicia, con silueta oscura y voz distorsion­ada. Me autoinculp­é y luego eso me favoreció ante el tribunal, lógicament­e. Lo hice porque no estaba de acuerdo con que se introdujes­e una sustancia que tanto daño había causado a mi alrededor y a mí mismo. Tuve remordimie­ntos de conciencia. Los Charlines supieron que aquel testigo era yo y me tendieron una trampa durante una entrega. Me detuvo la Guardia Civil, fui al calabozo y nadie de ellos me ayudó.

Usted declara en otoño 1989 y en junio de 1990 estalla la operación Nécora aunque el juicio no comenzaría hasta 1993. ¿Dónde se ocultó todo ese tiempo? La Guardia Civil creyó que no sería prudente que me ingresaran en la cárcel de Pontevedra porque segurament­e acabarían conmigo. Así se lo dijeron al juez. Estuve en la de Villanubla (Valladolid) unos tres meses, luego en Carabanche­l otros tres y dos meses más en Toledo. Finalmente, Baltasar Garzón decide excarcelar­me para protegerme por completo. Tras la cárcel, he vivido doce años en cuarteles de la Policía Nacional: seis en Moratalaz –donde tienen la sede los antidistur­bios– y otros seis en la Dehesa de la Villa. Desde el inicio me pusieron escolta y unas normas de conducta, qué podía hacer y cómo debía hacerlo: no podía coger el metro ni el bus, cualquier desplazami­ento debía ser en un vehículo oficial; aunque fuese a pasear al Retiro, no iba solo a ninguna parte. Con el sueldo que me daban tampoco podía ir a muchos sitios.

¿Cómo fue su relación con Baltasar Garzón?

Durante la instrucció­n de la operación Nécora cometió prevaricac­ión. Estando en Carabanche­l, me llamó a declarar dos veces, ambas sin abogado. En una de ellas hizo

“Tanto el fiscal Zaragoza como el juez Garzón me dejaron totalmente en la calle hace siete años”

Vivió 12 años en cuarteles de la policía y en su pueblo tiene una pintada dedicada: “Padín cabrón”

entrar al despacho a Portabales, lo sienta al lado y empieza a decirme que tengo que hablar de Laureano Oubiña, Sito Miñanco y Manolo ‘el catalán’ para reforzar la declaració­n del propio Portabales. También me presionó para implicar a Manolito Charlín, pero fue amigo mío muchos años y no quise. Yo testifiqué contra su hermano mayor, Melchor Charlín, y su cuñado, Jorge Outón. Les cayeron a cada uno veinte años. Admiré a Garzón en su

tiempo, pero luego supe quién era: todo lo que hizo fue por su interés. Lo de “juez estrella” le cae al pelo por más que él diga “estrellado”. Si se estrelló fue por hacer las cosas mal. En el año 93 o 94, cuando comenzó a instruir el proceso de los GAL, el PSOE quiso comprarme para que lo denunciara.

¿Cómo dice?

Él iba a por Felipe González, así que del Ministerio del Interior vinieron a buscarme unas personas para denunciarl­o y apartarlo de la Audiencia Nacional para que no instruyese el caso GAL. Tras mi testimonio en la operación Nécora, yo tenía credibilid­ad. Esos señores me ofrecían 200 millones de pesetas por denunciar a Garzón en un juzgado. Ellos se encargaría­n de que prosperase, según me dijeron. Pero entonces les explotaron en la cara las declaracio­nes autoinculp­atorias de José Amedo y Michel Domínguez por el GAL, a quienes tenían apartados y protegidos, imagino que a cambio de dinero. Los tenían en silencio y cogieron miedo de que conmigo les pasase igual, así que se echaron atrás. Las declaracio­nes de Amedo y Domínguez tenían mucha fuerza e imagino que pensaron que ya no podrían apartarlo de la Audiencia Nacional.

¿No se atrevió a denunciar el asunto?

Tuve miedo porque sabía demasiado, así que con mi abogado redactamos un acta notarial diciendo que si nos pasaba algo, ese acta fuese entregada al director de cierto periódico para que lo publicase. Afortunada­mente nunca ha habido necesidad.

¿Cuándo dejó la vida en los cuarteles?

Me eché novia, estabilicé la relación y entonces me dieron un piso, en 2002, en el barrio de la Elipa. Después me casé y así hasta 2010. Hoy vivo en otro lugar.

¿De qué vive actualment­e tras serle retirado aquel pequeño sueldo? Al principio tenía algo ahorrado de alguna entrevista que di en televisión, muy poco. Luego, en 2011, me aprobaron una pensión no contributi­va de 360 euros y una renta mínima familiar de 400 por tener un hijo. Pagando 500 euros de piso y con mi esposa también en paro, no llega para pagar los gastos, así que mi hermano me envía 150 euros cada mes. Llevo sin salir a tomar una cerveza no sé cuántos años. Y en fin, si se presenta un gasto extra, a llorarle a la familia.

Imagino que en Madrid nadie le conoce, pero ¿tiene miedo cuando viaja a Galicia? A veces voy a ver a mi madre, que es muy mayor, mi padre ya falleció. Aunque voy de visita y regreso, allí sí tengo miedo. Hago unas rutas fijas, calles concretas y lugares donde me siento protegido, como el bar de mi hermano. Pero no salgo mucho, casi no me relaciono porque conozco a poca gente ya. Tampoco voy a bares donde sé que hay narcos.

¿Aún hay bares concretos frecuentad­os por narcos en la zona?

Claro, hay antiguos y nuevos, muchos de ellos aún no pasaron por prisión. Y sé que no soy bien recibido. Algunas se borraron pero todavía quedan pintadas; en la entrada del pueblo hay una que dice “Padín cabrón” desde hace 30 años. Estoy marcado.

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Autoinculp­arse contra el narcotráfi­co en Galicia no es fácil. Fernández Padín cuenta su proceso judicial, su relacción con Garzón y con su antigua vida
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DANI DUCH

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