La Vanguardia

RETORNO A SEFARAD

La mitad de los sefardíes naturaliza­dos viven en Estambul, donde se debaten sobre qué camino tomar

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

Pocos de los judios descendien­tes de aquellos expulsados en 1492 solicitan la nacionalid­ad española.

No ha habido retorno a Sefarad. Se cumplen dos años desde que se aprobó la ley que otorga la nacionalid­ad a los descendien­tes de los judíos que, bajo los Reyes Católicos, prefiriero­n el exilio a la conversión. Desde entonces, se ha dado luz verde a apenas cinco mil sefardíes, la mitad de los cuales todavía espera cita en su consulado para jurar lealtad al Rey y a la Constituci­ón y obtener el pasaporte. Esta reparación histórica afecta, en más de la mitad de los casos, a un solo país, Turquía, y casi se podría decir que a una sola ciudad, Estambul.

La paradoja es que la abrumadora mayoría de estas naturaliza­ciones se ha producido al margen de la ley, por el anterior procedimie­nto de carta de naturaleza aprobada en consejo de ministros, atendiendo a que eran solicitude­s antiguas: 4.300 fueron dadas por buenas en una tacada. Y diez meses después, 220 más. Por lo que ya se puede decir que la nueva ley, en contra de lo proclamado, no ha abierto el camino a la nacionaliz­ación de sefardíes, sino que ha puesto más cuesta arriba futuras peticiones. Valga como ejemplo que en la Dirección General de Registros y del Notariado sólo hay ahora mismo 168 expediente­s de turcos descendien­tes de sefardíes, 82 de los cuales ya han sido aprobados.

Si bien se admiten solicitude­s hasta septiembre del 2018, la frialdad de la respuesta es significat­iva y se debe, entre otras cosas, a que se obliga a acudir a un notario en España y a pagar, además de sus honorarios, una tasa. Poco ha influido que ahora se admita la doble nacionalid­ad o que la acreditaci­ón de vínculos incluya motivos tan peregrinos como ser accionista de empresas españolas o socio de un club de fútbol. En cualquier caso, la avalancha de peticiones que unos deseaban y otros temían, no se haproducid­o.Ysóloenunp­orcentaje minúsculo resultan en emigración a España.

Los primeros interesado­s, los judíos de Estambul, de momento se quedan en su ciudad, que alberga al que debe ser el único consulado en el que la mayoría de españoles registrado­s –hasta un 70%– son judíos. Entre otras cosas, porque la ley llega cuando el ladino –el castellano del siglo XV marinado en Oriente– es ya una reliquia en vías de extinción. “Un tesoro”, defiende Karen Gerson Sarhon, que desde el Centro de Investigac­iones sobre la Cultura Sefardí Otomano-Turca lleva la voz cantante de la comunidad, y también es vocalista de Los páxaros sefaradis. La interrumpi­mos en su despacho –que es además redacción y editorial– tras atravesar varias líneas de seguridad, en el momento en que termina de firmar una remesa de certificad­os de pertenenci­a a la comunidad, lo que también pueden hacer los rabinos.

En la mayoría de casos el apellido da fe del origen sefardí: Navarro, Soriano, Franco... Pero otras veces es más complicado, por matrimonio­s mixtos o porque padres cautelosos dieron nombres y apellidos turcos.

Aunque lo de la llave de la casa en España tiene bastante de mito romántico, el apellido permite que muchos puedan reseguir su origen y a los ya citados cabe añadir Bejarano, Mursiano, Algranata, Sevilya o León, por no hablar de Mayorkas, Gerón, Taragano, Valensi o, más raramente, Barcilón. Otros, como Bonfil, Bonsinyor, Rozanes o Saporta también sugerirían un origen catalán. O Basat, como el Lluís Bassat –primo de Karen– cuya historia familiar mereció hace poco un libro de Vicenç Villatoro.

Los dos exámenes ahora preceptivo­s, de lengua y sociedad, para los que tienen entre 18 y 69 años, han disuadido a muchos. “Tenemos entre diez y veinte alumnos por convocator­ia”, afirma el director del Instituto Cervantes de Estambul, Pablo Martín Asuero. Asombrosam­ente, son pruebas escritas, a pesar de haber sido el ladino lengua de transmisió­n puramente oral y, en cualquier caso, con convencion­es ortográfic­as muy distintas. “Alguna señora mayor, cuya lengua materna es el ladino, ha montado un escándalo porque el test del Cervantes la situaba en el nivel más bajo, por debajo de su nieta”, cuenta divertida Karen.

Y eso que solo los mayores de setenta años, que aún mamaron la lengua en calles de mayoría sefardí, lo hablan con total fluidez, incluso mejor que el turco. La siguiente generación puede chapurrear­lo en el caso de que, por ejemplo, la abuela viviera con ellos. Mientras que los menores de cuarenta, en general ni lo entienden. “Siempre hemos tenido al menos un 15% de alumnos sefardíes y contamos con una estantería dedicada al ladino”, explica Martín Asuero, pero no es como hace diecisiete años, cuando había muchos hablantes nativos, que han ido muriendo”.

Si el lazo afectivo con España es tibio, el lazo con Portugal es inexistent­e, pero el hecho de que Lisboa no exija exámenes ha trasladado las colas a su delegación. “Se sacan el pasaporte sin conocer más que a Cristiano Ronaldo”, asegura León –nombre cambiado, como los que siguen–. Aun así, este tiene a más de cien conocidos turcos con pasaporte español, de los cuales “sólo tres o cuatro se han ido a vivir a España”. Y explica por qué lo tiene todo listo para mudarse a Londres: “Fui un sábado a la sinagoga de Madrid y estaba vacía. Fui a una en Londres y en una mañana conocí a cuarenta personas”.

Antes de la ley ya hubo un goteo de naturaliza­ciones. Isaac la obtuvo así “hace nueve años”. Ni él ni sus amigos, Esther e Isaías, hacen ningún esfuerzo en disimular el lado práctico del asunto: “Lo primero que pensamos es que ya no necesitamo­s visado para Europa”. No obstante, hay un movimiento incipiente de “jóvenes alquilando habitacion­es en Barcelona o gente mayor comprando pisos”.

“En España viviríamos en Barcelona, porque necesitamo­s el mar y los aedados [mayores] parecen muestros abuelos”, añade Esther, poco después del viaje que la condujo, junto a su esposo Isaías, también a Portugal, país que les ha dado su tercer pasaporte –el otro es israelí y hablan hebreo–. “Pero no hay motivos sentimenta­les, no puede haberlos después de quinientos años”, aclara Isaías en la avenida Bagdad, la Diagonal del lado asiático de Estambul.

A principios del siglo pasado, muchos sefardíes vivían ya en aquel lado –en Kadiköy o el recoleto Kuzguncuk– junto a griegos, armenios y turcos, además de en Gálata. Los más fieles al idioma, que eran también los más pobres, emigraron en masa a partir de 1948 con la creación del Estado de Israel. Muchos más lo hicieron a partir de 1955, tras el pogromo que vació Constantin­opla de sus fundadores griegos. Sin embargo, las dos orillas siguen cuajadas de cementerio­s judíos. “Si pudieras leer los caracteres hebreos, verías que las lápidas en realidad están en español, pone ‘Aquí Descansa Rosa Varón’, por ejemplo”, afirma Isaías, directivo de empresa minera.

Y es que el 90% de los diez mil ju-

No ha habido avalancha de peticiones y sólo en un porcentaje mínimo emigran a España En la mayoría de casos el apellido da fe del origen sefardí: Navarro, Soriano, Franco...

díos turcos son de origen español y, entre estos, el 90% –como ellos– vive en cuatro barrios acomodados de Estambul, aunque sobrevivan una veintena de sinagogas por toda la ciudad. Casi todos los demás viven en Esmirna, entre ellos Can Bonomo, representa­nte turco en Eurovisión 2012. Hace setenta años había muchos más sefardíes, tantos como para fundar un periódico en ladino,

Shalom, que hoy sigue apareciend­o semanalmen­te en turco, con un suplemento mensual, El Amaneser, cuyo lema es “Kuando muncho eskurese es para amaneser”.

Una de sus responsabl­es, Gülen Örgün, sólo se lanzó a hablar en ladino a los sesenta años, puesto que sus padres le hablaban en francés. “De pequeña oía a las mujeres contando chistes verdes en ladino. El día que me oyeron reír, dejaron de hacerlo. Ahora, con ochenta años, es una forma de sentirme cerca de mi madre”.

Tal vez los sefardíes no hayan despuntado intelectua­lmente en la misma medida que sus primos asquenazíe­s de Europa central. Sin embargo, su talento para el comercio es proverbial. “Allí donde vamos, florece”, dice con razón Sara, esposa de Isaac. Ella también tiene pasaporte español, como sus hijas menores, mientras que los dos hijos han pedido el portugués, “porque el español es muy lento y hay mil solicitude­s pendientes sólo en Estambul, algunas del 2010”.

A los sefardíes que quedan en Estambul les suele ir bien o muy bien, con grandes negocios en sectores como la perfumería o, sobre todo, el textil. No en vano la primera fortuna de Catalunya, el dueño de Mango, Isak Andik, o el exPronovia­s, Alberto Palatchi, también tienen su origen en Estambul. Sin embargo, el bienestar de la comunidad es relativame­nte reciente. Los viajeros españoles del siglo XVIII o XIX quedaban muy impresiona­dos por la miseria del barrio judío por excelencia, Balat, con su réplica al otro lado del Cuerno de Oro, Hasköy. Y el restaurado­r de Poblet y diplomátic­o español Eduard Toda escribió cosas muy desagradab­les sobre ellos.

“Nuestra prosperida­d empezó cuando salimos del gueto y nos mezclamos”, explica León. Balat –el barrio donde creció su padre y donde el último hablante de ladino murió hace un lustro– recuerda al Born anterior a la eclosión turística.

Los otomanos acogieron a los judíos expulsados de las coronas de Castilla y Aragón y luego Turquía fue el primer país musulmán en reconocer al Estado sionista. “Pero en público a Israel le llamamos Medina, por si acaso”, confiesa León. El actual uso del islam como arma electoral les inquieta: “El 70% de la gente no tiene meollo [cerebro] y se está convirtien­do en antisemita­s a gente que nunca ha visto un judío. Bendicho del Dío que tenemos Israel”, exclama Isaac. El mito del retorno a Israel goza de mayor predicamen­to que el del retorno a Sefarad, que llega tarde. Aunque el primero no sea ninguna panacea: “Para mantener el pasaporte israelí hay que vivir allí la mitad del año. Y además cierra puertas en el mundo musulmán”. Mal asunto para un empresario turco, aunque sea judío y se refiera a sus vecinos en clave: “Son los vedres” (por “los verdes”). Otras expresione­s ladinas, como en abierto (sin facturas), han pasado al argot turco. Sin embargo, el secular “el año que viene en Jerusalén” no ha sido desbancado por “el año que viene en Barcelona”. Y aún menos en Madrid.

“Iríamos a Barcelona por el mar, pero no hay razones sentimenta­les después de 500 años”

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ILYA U. TOPPER / EFE La redacción de El Amaneser, el único periódico del mundo que se publica enterament­e en ladino
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VYACHESLAV OSELEDKO / AFP Can Bonomo, el representa­nte turco el 2012 en Eurovisión, es uno de los diez mil sefardíes del país
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YORAY LIBERMAN / GETTY Unas mujeres caminan por Balat, el antiguo barrio judío por excelencia de Estambul, pero donde ahora una gran parte de la población es musulmana

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