Cleopatra, la nariz que cambió el mundo
12/VIII/30 A.C. Cleopatra se suicidó para evitar la humillación de ser prisionera. La última soberana del antiguo Egipto sedujo a Julio César y Marco Antonio, unos amores no exentos de cálculo geopolítico
El matemático y filósofo francés Blaise Pascal escribió, en el siglo XVII, que “si la nariz de Cleopatra hubiera sido más corta, la entera faz de la tierra habría cambiado”. Quiso decir, sin duda exagerando, que la última reina del antiguo Egipto y de la dinastía tolemaica tuvo una gran influencia histórica debido a su fuerte personalidad, en parte por la prominencia de su órgano olfativo. Julio César y Marco Antonio no pudieron resistirse a su atractivo.
Cleopatra se ha mantenido hasta hoy como una figura fascinante, un mito, no sólo por las descripciones de Plutarco sino por servir de inspiración para obras literarias de diversos autores, desde William Shakespeare a George Bernard Shaw, para pinturas, óperas y películas inolvidables, como la que protagonizaron Elisabeth Taylor y Richard Burton en 1963.
Si bien está considerada un paradigma de la mujer seductora, no parece que Cleopatra atesorara una belleza extraordinaria según los cánones estéticos convencionales, aunque sí la definen como muy sensual. Su mejor arma era su inteligencia. Poseía una vasta cultura, era refinada y hablaba diversas lenguas. Fue la única soberana tolemaica que podía comunicarse con el pueblo egipcio en su lengua. Sus predecesores sólo hablaban griego y necesitaban intérpretes. A Julio César y a Marco Antonio les sorprendió –y cautivó– su carácter independiente, su espíritu libre. Eran rasgos impensables en las mujeres romanas, siempre muy subordinadas a los varones.
Según el escritor valenciano Santiago Posteguillo, autor de excelentes y enciclopédicas novelas ambientadas en la Antigua Roma, “el suicidio de Cleopatra –el 12 de agosto del año 30 antes de Cristo– empezó de alguna forma el día en que asesinaron a Julio César en lo que hoy son los restos arqueológicos de Largo Argentina, en Roma”. “Con la pérdida del apoyo de Julio César, aunque luego consiguiera a Marco Antonio, ya nada sería igual
No era muy bella, pero sí sensual, y fascinaba por su personalidad y vasta cultura
–agregó Posteguillo–. Es el punto de inflexión, para mí, de su caída”.
Tras la desaparición de Julio César, Cleopatra se unió a Marco Antonio, una relación apasionada que duró catorce años y fue sacudida por las ambiciones de ambos y por las guerras civiles romanas que se libraron. Llevaron, en algunos periodos, una vida fastuosa, hedonista, en Alejandría.
En su divertida Historia de Roma (1957), el mordaz Indro Montanelli no dejó en muy buen lugar a Marco Antonio, de quien afirmó que iba siempre acompañado por un harén de ambos sexos. Lo describió como “un aristócrata ignorante y amoral, robusto, sanguíneo y pendenciero”, sólo interesado en Cleopatra y en la guerra.
Paola Buzi, profesora de Egiptología en la Universidad de la Sapienza, de Roma, hizo para La Vanguardia este sobrio análisis del personaje de Cleopatra: “Fue una figura crucial, una soberana culta y sólida. Tuvo un impacto enorme en la expansión de Roma. Pero a ojos de los romanos ella representaba el Oriente en el modo peor posible, un Oriente de decadencia de las costumbres, de absolutismo, de un dominio que no respeta las tradiciones de los antepasados. Uniéndose a ella, Julio César y Marco Antonio traicionaron los ideales de Roma al adoptar los ideales de Oriente. Cicerón la llamaba la extranjera, la egipcia, de modo peyorativo, para subrayar su condición de mujer tentadora. Y así la imaginaron también los autores del Renacimiento, como Miguel Ángel, que la representó como una maga, con una serpiente en torno a la cabeza, como turbante. Octavio (que luego sería el primer emperador, Octavio Augusto) se proponía, en cambio, como defensor de la res
publica, de la república romana, no del imperio. Se hizo garante del respeto de la tradición frente a los propósitos expansionistas de Marco Antonio y Cleopatra”.
La leyenda dice que se dejó morder por una víbora; debió de tomar un cóctel de venenos
Tras la derrota de sus fuerzas navales conjuntas en la batalla de Accio, en septiembre del 31 a.C., la suerte de Marco Antonio y Cleopatra estaba echada. Octavio prosiguió su ofensiva final. Cleopatra no quería ser humillada y arrastrada a Roma, encadenada, como prisionera, como botín de guerra. Difundió la falsa noticia –quizás para facilitar su huida– de que se había suicidado, ante lo cual Marco Antonio se quitó la vida. Luego fue la propia Cleopatra quien lo haría. Según la leyenda, se dejó morder por un áspid (víbora muy venenosa), pero lo más probable es que optara por una muerte mucho más rápida e indolora, ingiriendo un cóctel de tres venenos: acónito, cicuta y opio.
En opinión de Buzi, aparte de la relación sentimental con Marco Antonio, “el principal objetivo de Cleopatra fue siempre mantener el poder y preservar la centralidad de Egipto”. “No debemos perder de vista que, además de ser un personaje romántico, porque se presta, Cleopatra fue, en primer lugar, la soberana de Egipto, una faraona, y se comportó como tal”. La profesora reaccionó con humor al recordarle el comentario de Pascal sobre la nariz de Cleopatra, aunque admitió: “Ciertamente, la conquista de Egipto cambió los equilibrios en el Mediterráneo para siempre. Eso está fuera de toda duda”.