La Vanguardia

Focas en el planeta de los simios

- JORDI BASTÉ

Una de las veces que había viajado a Los Ángeles mi admirado Àlex Gorina, que conjuntame­nte con Jaume Figueras han sido maestros en aproximar todo el cine (he escrito “todo”) a la gente, me pidió un favor cuando trabajábam­os juntos en Catalunya Ràdio. He de confesar que Gorina tiene un punto de locura que no le impide ordenarte que le lleves un paquete al domicilio particular de Anjelica Houston. No a su agente, no a su mánager. No. A ella. A su domicilio. Soy devoto de El honor de los Prizzi, una película que, cuando hablamos de títulos de la mafia, casi siempre olvidamos. Y de La familia Adams o de la magistral Los dublineses. Y debía llevarle un paquete a esta actriz con mayúsculas cuerpo de letra 24. El paquete de un palmo cuadrado (nunca jamás Gorina me contó que había ahí dentro) llevaba escrita la dirección. Recuerdo que vivía en Venice, muy cerca del mar. Cogí el coche (siempre el coche) y fui para ahí. Venice está lejos, muy lejos de Hollywood para ser la misma ciudad (una hora buena).

Venice está donde David Hasselhoff perdió la cara, ganó bótox y rodó Los vigilantes de la playa, pero aún más lejos de Hollywood está la conocida playa de Santa Mónica y aun más lejos la de Malibú. Pues ahí, en Malibú, están los acantilado­s donde Franklin J. Schaffner dirigió a Charlton Heston protegiénd­ose de monos en El Planeta de los simios, película que el próximo año soplará las velas del 50 aniversari­o.Una hora y media he tardado en llegar desde Hollywood hasta el acantilado que une las playas de Zuma Beach y Westward Beach. En estas dos playas se rodaron las dos últimas escenas. La primera: la negociació­n de Taylor (Charlton Heston) con los simios buenos Cornelius (Roddy McDowall) y la Doctora Zira (Kim Hunter). La segunda, una de las más impactante­s y demoledora­s de la historia del cine :Taylor (Charlton Heston) a caballo con la joven Noma (Linda Harrison) descubrien­do la estatua de la libertad de Nueva York sepultada bajo la arena de la playa.

Recuerdo de niño ver El planeta de los simios, la primera, la original, la más impactante, como si fuera de terror. No entendía la maldad de aquellos gorilas uniformado­s a caballo. Me aterroriza­ban los gorilas. Charlton Heston no me defendía del pánico, no me transmitió ninguna épica. De todas maneras, imagino que en aquella España franquista ver al futuro presidente de la Asociación del Rifle en taparrabos, marcando pectorales y besando a una señora macaco debió causar furor y un pensamient­o general de “ponga este semental en nuestra aburrida vida”. En la película, todos, salvo Heston y la joven Nora (pareja del productor de la película en aquella época), son los únicos que van ataviados para la ocasión. De hecho, esta mañana en la playa de Malibú superamos los 30 grados. Por eso cuesta de entender como simios tan inteligent­es fueran tan abrigados en una zona de enormes secarrales como la que nos ocupa.

Al llegar al lugar y previo pago de ocho dólares de parking (casi siete euros) encuentras un cartel que sólo indica que aquellas montañas han albergado diversos rodajes. Nada más. Apáñate. Le pregunto a la señora del parking por The planet of the apes. Nada. Agua. Observamos que al lado de una de las rocas, junto a la playa donde un centenar de personas toman el sol, hay delimitado por unos palos que ejercen de guías un camino que te lleva a una especie de mirador a lo alto de uno de los peñascos, que delimitará las dos playas. Iniciamos el ascenso con el sol ejerciendo de fiscal, crema de protección 2.000 y resoplando para la posteridad. A medida que vas llegando a la cima, la zona se vuelve más seca. De hecho, alrededor de los acantilado­s de las dos playas los cactus, los agaves, las lagartijas sobresalen de la arena que debe ser pisada con calzado sino quieres ingresar por quemaduras de diversos grados. Después de veinte minutos de ascenso observas las dos playas y efectivame­nte a derecha e izquierda reconoces las dos últimas escenas del film. Todo certificad­o por un idioma universal: la onomatopey­a. Una familia imita el sonido de los monos mientras señalan Zuma Beach. Fotos y más fotos.

De golpe en medio del acantilado oímos sonido de focas. No puede ser. ¿Focas en el Pacífico a más de 30 grados? Efectivame­nte. En unas de las rocas entre las dos playas cuatro focas juegan a discreción. Puede que sea una imagen del destino. Unos simios dominan la Tierra en 1968. Cincuenta años después unas focas viven al lado de un secarral. Quizás la realidad supera la de los macacos y la naturaleza se rebela. Camino de bajada. Y pasando de vuelta por Venice recuerdo el día que entregué el paquete de Àlex Gorina en la señora casa de la señora Houston. Abrió un amable señor, agarró el obsequio, me dio las gracias y cerró la puerta. Tal que un simio.

 ?? JORDI BASTÉ ??
JORDI BASTÉ
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain