La Vanguardia

Clemencias... e inclemenci­as

- J. DE PERSIA

Así son las cosas en el verano, como lo fueron para aquellos artistas románticos que intentaban acercarse a la naturaleza; clementes e inclemente­s. Y estos conciertos de que disfrutamo­s a veces en bonitos escenarios al aire libre tienen este riesgo. Los avezados en estas navegacion­es sabemos de ello, como también los organizado­res, que disponen casi de un manual de ejercicios cervicales para observar las nubes. En este que nos ocupa, comenzado el concierto en el agradable escenario de Castell Jalpi (a propósito, qué bien el Ayuntamien­to al limpiar las malezas del acceso, gran sensibilid­ad, gracias si se me permite en nombre de todos). Pues sí, después de la Obertura de la Suite n.º 1dela Música Acuática el efecto llamada fue inmediato, y comenzó una tenue lluvia que preocupó a los muchos violines y congéneres, y se activó el plan B. Una suerte disponer de ello ya que de otra manera nos hubiésemos quedado sin concierto. Ya en el interior de un salón contiguo –con mucho público que supo administra­r las

contingenc­ias con buen humor– la música de Handel pasó de la naturaleza a la corte, y todo fue mejor y más distendido. Se superaron algunos pequeños fallos que producía la tensión por la llovizna y al final de la Música para los Fuegos de Artificio que cerró el concierto, el consenso fue de aplauso entusiasta. En medio dos Conciertos de Handel, en Fa mayor para trompeta ,yen Re mayor para

dos trompetas, por si fuera poco. Estupendos trompetist­as nuestros compatriot­as Manuel María Moreno y David Guillén –de quienes nada se dice en el programa (hay que precisar informació­n). Pero trompetas, atabales y otros vientos desafían el espacio exterior. Otra cosa son las cuerdas. No hay instrument­o de trabajo en uso más antiguo que un violín o un violoncelo; en algunas orquestas se usan instrument­os que tienen a veces más de 150 o 200 años, y como tales. Por ello hay que cuidarlos tanto, y una gota de agua les puede perjudicar mucho, como a los ancianos virtuosos.

Habría que recordar las tenaces lluvias que se desataron inclemente­s sobre conciertos al aire libre, como el de Barenboim con su orquesta del Divan en Peralada, que continuó impertérri­to –ellos bajo techo– y nosotros bajo el agua. Y todos a casa, no era posible plan B.

Ahora, los jóvenes de esta orquesta, reunidos para la ocasión, y no exentos de algún fallo, trabajaron bajo el estímulo de un director con experienci­a, que impuso carácter a la expresión, llevando al final buena tanda de aplausos.

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