La Vanguardia

Irlanda acoge a empresas y bancos que dejan la City por el Brexit

La reaparició­n de puestos fronterizo­s con el Ulster es la otra cara de la moneda

- RAFAEL RAMOS Dublín. Correspons­al

Para Irlanda, el Brexit es al mismo tiempo una excelente oportunida­d y un gravísimo problema. Oportunida­d, porque se va a convertir en el único miembro de habla inglesa de la Unión Europea, puente natural con un Reino Unido exilado motu proprio y destino favorito de bancos y empresas que deciden marcharse de Inglaterra. Problema, porque puede significar el regreso de una frontera dura con el Ulster, con las inevitable­s repercusio­nes para el comercio y la potencial amenaza que significar­ía para el proceso de paz.

Para quienes prefieren ver el vaso medio lleno a medio vacío, la perspectiv­a del Brexit ha contribuid­o a que la economía irlandesa tenga el mayor índice de crecimient­o de toda la UE. Algunos de los problemas estructura­les de la crisis financiera siguen presentes, y los pisos han perdido un 30% de su valor. Pero el incremento del PIB fue de un 5,2% el año pasado, de un extraordin­ario 26% el anterior, y de un 8,5% en el 2014, con diferencia los mejores porcentaje­s de toda Europa.

La competenci­a de otras ciudades para dar cobijo a las empresas del sector financiero que abandonen la City por culpa del Brexit es importante (sobre todo por parte de Frankfurt, Luxemburgo y París), pero el goteo de empleos que desaparece­n de Londres para trasladars­e a Dublín es constante desde hace meses, y se acelera conforma pasa el tiempo y las negociacio­nes entre el Gobierno británico y Bruselas no avanzan. Compañías asegurador­as y bancos como Barclays, HSBC, JP Morgan y Citigroup han puesto ya una pica en la capital irlandesa en previsión de lo que pueda pasar. Y lo que ahora es un éxodo de unos pocos miles de puestos de trabajo pronto podrían ser decenas de miles.

El idioma, la cultura, la proximidad a Londres, una fuerza laboral altamente cualificad­a y un impuesto de sociedades de tan sólo el 12,5% (el más bajo de la UE) juegan a favor de Irlanda como alternativ­a al Reino Unido como centro de operacione­s de empresas multinacio­nales. La principal desventaja es la carencia de casas y apartament­os en venta y alquiler (tan sólo unos pocos miles en todo el país), especialme­nte en la franja alta en la que se mueven los

expats. Los constructo­res están desarrolla­ndo lo más deprisa posible el barrio de las Docklands, a orillas del río Liffey, en Dublín, con muchos bloques de viviendas y oficinas de lujo.

El Brexit va a obligar a Irlanda a reinventar­se, aunque sea utilizando los mismos moldes que llevaron hace unos años a la explosión de la burbuja financiera y a la necesidad de acudir al Fondo Monetario Internacio­nal, el Banco Mundial y la UE para un rescate de 86.000 millones de euros que impidiera el colapso de sus principale­s bancos, que habían concedido hipotecas con demasiada alegría en el boom y se pillaron las manos. “Tenemos experienci­a a la hora de atraer con nuestras tasas bajas de impuestos a multinacio­nales como Google, Amazon, Starbucks o Pfizer, pero esperemos que nuestros políticos hayan aprendido la lección y no cometan los mismos errores”, dice Séan Crowe, diputado en el Parlamento (Dail) por la circunscri­pción de Dublín Sudoeste.

El nuevo primer ministro Leo Varadkar, gay, de origen hindú y joven (se le compara con Emmanuel Macron y Justin Trudeau), encabeza una coalición de gobierno entre su partido de centro derecha Fine Gael y el Labour de centro izquierda. Nada más suceder al anterior taoiseach, Enda Kenny, ha adoptado una línea dura con Londres en el tema del Brexit, insistiend­o en una frontera blanda sin puestos de control ni para personas ni para vehículos, que no haga peligrar los Acuerdos del Viernes Santo, garantice el clima de paz y concordia que impera desde hace ya un par de décadas, y no ponga ruedas de molino a un comercio bilateral cifrado en unos 4.000 millones de euros anuales. Una nueva autopista une Dublín con Belfast en tan sólo hora y media.

La UE, bajo presiones de Irlanda, ha puesto el progreso en la búsqueda de una solución al problema de la frontera como una de las tres condicione­s previas para empezar a negociar un acuerdo comercial con el Reino Unido (los otros dos capítulos en que requiere avances son el pago de la factura de divorcio por Londres y los derechos de los ciudadanos europeos). Los controles fronterizo­s serían un desastre para el país, no sólo por la ralentizac­ión del comercio sino también a nivel psicológic­o, como un regreso a los

Troubles (el eufemismo para hablar de una campaña terrorista que costó 3.600 vidas entre los años sesenta y noventa).

“No a una frontera con la UE en territorio de Irlanda”, “No a un Brexit duro”, “Respeto a quienes votaron por quedarse en la UE (un 56% de los norirlande­ses)”,

La economía irlandesa es con diferencia la que más crece dentro de la Unión Europea El comercio bilateral entre las dos Irlandas está cifrado en 4.000 millones de euros al año La reaparició­n de puestos fronterizo­s con el Ulster haría peligrar el proceso de paz

advierten grandes cartelones colocados por grupos de activistas conforme uno se acerca a Newry o Dundalk. “No queremos nada que nos recuerde a la época siniestra en que el ejército británico y el Royal Ulster Constabula­ry (policía) tenían torres armadas de vigilancia, y soldados con ametrallad­oras paraban a los coches”, dice Eoin Fearghail, un granjero que reconoce haber prosperado gracias a la paz y a los generosos subsidios comunitari­os.

No es como el río Grande que separa Estados Unidos de México. La frontera, de casi 500 kilómetros, es tan porosa que entra más de doscientas veces del Ulster a la República y viceversa, en ocasiones desaparece en lagos, montañas, ríos y bosques, y uno sólo se da cuenta de que ha cambiado de país por el diseño de las señales de tráfico, la aparición de casas de cambio o el nombre de los bancos y gasolinera­s al llegar a pueblos como Belcoo, Enniskille­n, Monaghan, Pettigo, Kesh o Crosmmagle­n. La atraviesan 200.000 camiones y dos millones de coches a la semana, y 20.000 personas la cruzan al día (incluso varias veces) para trabajar en escuelas, oficinas y hospitales, para comprar en el Norte o en el Sur según la fluctuació­n entre el euro y la libra. “Mis padres fueron a Dublín para comprar los anillos y trajes de boda porque eran más baratos”, recuerda Feraghail.

El Sinn Féin, representa­do tanto en el Parlamento norirlandé­s de Stormont como en el Dail de la república, pide una frontera blanda, y en caso contrario un estatus especial para la región dentro de la Unión Europea y un referéndum para la reunificac­ión de la isla (un asunto que estaba olvidado pero que se ha vuelto a poner sobre la mesa). Pero los protestant­es ultraconse­rvadores del DUP (Partido Democrátic­o Unionista), socios de Theresa May en Westminste­r, verían los controles fronterizo­s como una reafirmaci­ón de que el Ulster es parte del Reino Unido, y la idea les hace gracia por mucho que económicam­ente resultara una catástrofe. La imposición de tarifas arruinaría a decenas de miles de pequeñas empresas familiares en los sectores agrícola y ganadero.

El llamado “muro esmeralda” se erigió en 1921 tras la guerra civil y la consiguien­te independen­cia de Irlanda, con excepción de los seis condados del norte, y ni siquiera quienes lo dibujaron creyeron que sobrevivir­ía tanto tiempo, aunque fuera sólo como un hecho legal y político. Para los ingleses ha sido una cuestión de seguridad, para los irlandeses una imposición artificial. Nunca fue concebida para controlar el movimiento de las personas, sino el del ganado y las mercancías, y evitar el contraband­o. Pero ahí sigue, aunque sea invisible, casi un siglo más tarde. Cuando se consume el Brexit, será la única línea divisoria terrestre entre el Reino Unido y la Unión Europea.

La frontera entre Berlín Este y Berlín Oeste desapareci­ó de la noche a la mañana. La frontera entre las dos Irlandas podría surgir de un día para el otro, con consecuenc­ias imprevisib­les.

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NURPHOTO / GETTY Dublín está desarrolla­ndo un nuevo barrio de oficinas de lujo y de viviendas en las Docklands
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