El Reino Unido deja a Irlanda el peso de vigilar si quiere la frontera del Ulster
No considera necesario que haya “estructuras físicas” ni controles de mercancías
Londres ha dicho que su objetivo es una “frontera invisible” entre el Ulster y la República de Irlanda. Lo mismo que una unión aduanera invisible con la UE. Y que un Brexit invisible, excepto en lo que se refiere a las restricciones a la inmigración, el estatus de los ciudadanos europeos residentes en el Reino Unido y la libertad para suscribir sus propios acuerdos comerciales. El Gobierno de Theresa May insiste en conservar todas las ventajas de pertenecer al club, pero sin pagar cuota ni aceptar obligaciones y responsabilidades.
Un documento publicado ayer por Downing Street resume la posición británica en el tema de la frontera en el “absoluto compromiso” de que no habrá controles ni rasgos físicos de una línea divisoria, respetará tanto la letra como el espíritu de los acuerdos del Viernes Santo, y los ciudadanos irlandeses seguirán disfrutando los privilegios derivados de haber sido parte del imperio hasta la independencia en 1921. Es decir, vivir, trabajar y votar si lo desean en el Reino Unido.
Londres rechaza por “política y constitucionalmente imposible” la demanda de Dublín de que la frontera entre los dos países se traslade a una línea simbólica en el mar, y los controles de personas y mercancías se efectúen en los puertos y aeropuertos de entrada y salida. Algo a lo que se han opuesto frontalmente los ultraconservadores unionistas del DUP, socios de May en Westminster, por considerar que sería un paso hacia el reconocimiento de un estatus especial al Ulster, y por tanto hacia el eventual referéndum de independencia que pide el Sinn Féin y amplia parte de la comunidad católica. Y que para la república crearía un dilema parecido al de la reunificación alemana: abrazar a un hermano mucho más pobre y necesitado de subsidios que al menos de entrada lastraría su economía.
Aunque el documento con la “visión” británica de una futura frontera parece sacado de un cuento de hadas, la letra pequeña sugiere que el Reino Unido, igual que en el resto de temas objetos de discusión, sigue yendo a la suya sin efectuar concesiones. Su posición exige a Irlanda y al resto de la UE confiar en su habilidad (hasta ahora no demostrada) de impedir los abusos y el contrabando, y de confiar en la honestidad de las empresas de este país a la hora de efectuar sus declaraciones aduaneras. Lo cual tal vez sea mucho pedir.
Londres propone equiparar sus aranceles y sus medidas de higiene agrícola y ganadera a los de la UE, de manera que no necesitaría efectuar controles. Y si son la Unión Europea o la República de Irlanda quienes quieren asegurarse de que el Ulster no es una puerta falsa para la entrada de mercancías que no pagan las tarifas que corresponde, entonces que sean ellos los que establezcan de su lado una frontera dura,
paren los coches y los camiones, y sufran los consiguientes atascos de tráfico en sus carreteras. Gran Bretaña se lava las manos.
En la película inglesa de ciencia ficción sobre el Brexit que cada día toma más forma, un 90% de las mercancías que cruzan la frontera irlandesa (correspondientes a pequeñas y medianas empresas) estarían libres de aranceles, y el 10% restante (de multinacionales) efectuaría los correspondientes pagos online o mediante declaraciones aduaneras previas. Las inspecciones inevitables se llevarían a cabo en los puntos de origen, y cámaras de vigilancia electrónica registrarían las matrículas para comprobar que no se produce ningún fraude.
El Gobierno de Dublín ha respondido que la idea le parece encomiable pero imposible de llevar a la práctica, y menos aún teniendo en cuenta los patéticos resultados británicos a la hora de impedir el contrabando, incluso como miembro de la UE (Bruselas le ha impuesto numerosas multas).
Detrás de un documento acaramelado se esconde la versión dura del Brexit que promueve Theresa May: Irlanda del Norte no puede ser tratada como una entidad separada, sometida a reglas especiales, o que pueda permanecer en la unión aduanera y el mercado único, porque ello sería promover el independentismo y enfurecería a sus socios unionistas de gobierno (el DUP). La frontera no puede estar en el mar sino donde toda la vida, porque así lo dice la constitución no escrita.
Una vez dicho esto, ningún problema. No hacen falta estructuras físicas que separen un país de otro, ni torres de control que recuerden los días de la guerra. El Reino Unido aplicará tarifas distintas a las mercancías que vengan de dentro o de fuera de la UE. Los controles a la inmigración no se harán a la entrada en el país, sino en los lugares de trabajo. Y si surge algún inconveniente, plena confianza en la tecnología para resolverlo sobre la marcha.
Aduana invisible. Frontera invisible. Brexit invisible. Para que el Reino Unido disfrute de todas las ventajas.
El Gobierno británico no controlará la llegada de inmigrantes en sus puertos de entrada sino en los lugares de trabajo