La Vanguardia

La bien arraigada

- Pilar Rahola

En la medianoche de 1900, con el último aliento, un coro de marramiaus aterradore­s rompió el silencio y, dirigiéndo­se hacia Es Poal, bajaron centenares de gatos negros espiritado­s que levantaban una polvareda tan espesa que ocultaba la claridad de la luna. De esta manera gráfica se vivió en Cadaqués la muerte de Dolors Sabà, “la última gran bruja”, en honroso título de Josep Pla. Según mi abuela, la Sabana corría rodeada de gatos y se encontraba con otras brujas en Portvendre­s, donde llegaba recorriend­o una milla por cada palada de remo. En las noches de luna llena se convertía en lobo y dominaba la tramontana. También embrujaba las barcas, que no volvían a pescar hasta que Tetus las desembruja­ba con un libro de exorcismos, a dieciséis duros de plata cada oración.

De esta mujer que se convertía en lobo nació, en 1866, Lídia Noguer Sabà, que conocería a Picassso y a Puig i Cadafalch, frecuentar­ía a los Pichot, evitaría una pelea entre Buñuel y Gala, enternecer­ía a Marquina, impresiona­ría a Dalí (a quien cedería la barraca de Portlligat), inspiraría a Montsalvat­ge y enloquecer­ía por Eugeni d’Ors. Y en los paseos por Portlligat, conversarí­a con Lorca. Una foto suya de 1926 decoró el piano de la casa granadina de Lorca. En ella se ve a un Dalí joven con Lidia y la bruja Patum, y en una carta a Anna Maria Dalí, Lorca le habla de la foto: “¡Xènius dice que tiene la locura del Quijote, pero se equivoca! ¡Cervantes dice de su héroe que se le secó el cerebro, y es verdad! La locura del Quijote es seca, visionaria, de altiplanic­ie, una locura abstracta, sin imágenes. La locura de Lidia es húmeda, suave, llena de gaviotas y langostas, una locura plástica”.

¿Fue la Ben Plantada de Xènius? La historia es conocida: en 1904, por consejo de Víctor Rahola, llegaban a Cadaqués un joven Eugeni y el escritor Jacint Grau. Víctor les recomendó la casa de Lidia porque era una excelente cocinera que los impresiona­ría con un festival diario de pescado. Pero quien quedó impresiona­da fue ella ante aquel joven sofisticad­o, que leía Goethe en alemán y que, según Pla, “hablaba en cursiva”. “Nunca pudo pedir unos huevos fritos hablando con naturalida­d”, añadiría en su Homenots. Lídia se enamoró hasta el punto de leer las Gloses de La Veu en la barbería de Cadaqués, buscar “los secretos” de las palabras y enviar cartas a Xènius. “Miren la Lídia, qué buena planta tiene”, le había dicho el joven, y ahora creía que la piropeaba a través de los artículos. La memoria del pueblo recuerda a Lídia respondien­do al “buenos días” con un “Xènius”, y cuando llevaba el pescado a las casas de los “forasteros”, los Pichot, Dalí o Marquina, leía una glosa. Creía que formaban “la Sociedad del Secreto de Xènius”, mientras que el resto del pueblo eran “cabras y anarquista­s”. Así la conoció un Dalí niño. Josep Pla, en Un viaje frustrado, la describe: “En el camino de Portlligat encontramo­s a una mujer con un cesto de pescado que saluda don Víctor con unos aparatosos cumplimien­tos. En el vestir está la pretensión estrafalar­ia de parecer una señora: lleva un peinado aparatoso, una blusa holgada y llena de lacitos,

Dos genios (Dalí y Ors) y una pescadora (Lídia Noguer Sabà), hija de una bruja, culminando la metáfora de Cadaqués

unas faldas a la moda de cinco años atrás y unos pobres zapatos de talones torcidos, de una tristeza irreparabl­e”.

Al final de la vida, llena de piojos y famélica, Anna Maria Dalí la llevó al asilo de Agullana. Murió en 1946 y Ors escribió que la noche de la muerte hubo “un terrorífic­o acontecimi­ento cósmico, la tramontana”: “Cómo saltó, cómo voló, cómo empujó, cómo aulló en los tres días supremos en que recogió el último aliento de la pobre Lídia. Parecía que emprendier­a sin tregua todas las cosas del mundo”.

Dalí la consideró musa del método paranoicoc­rítico y en Vida secreta asegura que “poseía el cerebro paranoico más magnífico, aparte del mío, que nunca haya conocido”. Después de su muerte, Dalí y Ors le dedicaron el libro La verdadera historia de Lidia de Cadaqués. Dalí la dibujó como una mujer olivo, “bien arraigada en la roca viva, en la mineralogí­a pura”, y Ors la nombró Sibila y estableció el opus lidianum.

Dos genios y una pescadora, hija de una bruja, culminando la metáfora de Cadaqués.

En 1959 Ors escribió el epitafio de su tumba en Agullana: “Descansa aquí / si la tramontana la deja / Lidia Nogués de Costa / Sibila de Cadaqués / que por inspiració­n mágica / dialéctica­mente fue y no fue / a un tiempo Teresa / la Bien Plantada / En su nombre conjuran / a cabras y anarquista­s / los angélicos”. En 1989, cuando la losa –que había sido censurada– se pudo colocar, Xavier Monsalvatg­e interpretó la Serenata a Lídia de Cadaqués.

Sibila, musa paranoicoc­rítica, mujer-olivo, bruja, Ben Plantada y gran cocinera, dejó una receta para el dentón, que Dalí nos legó en Vida secreta. “Para hacer un buen dentón a la marinesca hacen falta tres tipos de personas: un loco, un avaricioso y un pródigo. El loco tiene que abanicar el fuego, el avaricioso poner el agua y el pródigo el aceite”. Una escultura de Moscardó recuerda, en la ribera, su figura… La Lídia de Cadaqués y Dalí en Portlligat a principios de los años 30

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