Bombardeado en Barcelona
Antonio Machado fue colaborador de La Vanguardia durante la guerra civil, y publicó 26 artículos entre los años 1937 y 1939, todos ellos consultables en la hemeroteca digital. El primer texto (16/ VII/1937) es la reproducción de su discurso en el congreso internacional de escritores de Valencia, donde justifica “mi creencia en la superioridad del pueblo sobre las clases privilegiadas”, combate el concepto de señorito que contrapone al de señor y realiza una cabriola para identificar su postura con la del Cid Campeador, que combatió contra la aristocracia de su época. Su primer artículo escrito ya específicamente para el diario (27/III/1938) son unas Notas inactuales, a la manera de Juan
de Mairena, en las que se lee que “una mala lectura de Nietzsche fue causa del imperialismo d’annunziano; una mala lectura de D’Annunzio ha hecho posible la Italia de Mussolini, de ese faquín endiosado”. En general, sus colaboraciones hacen referencia a la guerra, y el gran tema es la denuncia de la no intervención en el conflicto español de Inglaterra y Francia, que atribuye a los intereses económicos de sus clases dirigentes. En La
Vanguardia, Machado recupera también a su personaje del profesor Juan de Mairena, elogia al gobierno de Negrín, en una ocasión defiende el modelo de la Unión Soviética y en muchas otras censura a la Sociedad de Naciones su inoperancia. En uno de sus artículos (23/ VII/1938), critica el bombardeo sufrido por él mismo en Barcelona el día 19, “las bombas criminales sobre las ciudades abiertas”. Explica: “Escribo a la luz de una vela, en plena alarma, y son estas mismas aborrecibles bombas, que están cayendo sobre nuestros techos, las que me inspiran estas reflexiones”. Su gusto por la anécdota aparece en otras ocasiones, como cuando (1/IX/1938) relata que, en la barbería del Majestic, un amigo suyo cuyo pelo caneaba pidió teñirse todo el pelo de blanco “para igualarlo” y parecer venerable. Otro día (16/VIII/1938) evoca el impacto que le produjo asistir, a los 13 años, a un mitin de Pablo Iglesias, en el Retiro madrileño: “Al escucharle, hacía yo la única honda reflexión que sobre la oratoria puede hacer un niño: ‘Parece que es verdad lo que ese hombre dice’. La voz de Pablo Iglesias tenía para mí el timbre inconfundible –e indefinible– de la verdad humana. Porque antes de Pablo Iglesias habían hablado otros oradores, tal vez más cultos, o de elocuencia más hábil, de los cuales sólo recuerdo que no hicieron en mí la menor impresión”. Escribió un último artículo que no llegó a ser publicado, al retrasarse el motorista que envió el diario a recogerlo, justamente el día en que emprendía viaje hacia Francia, el 22 de enero de 1939.