La Vanguardia

Anestesia general

- Joan-Pere Viladecans

Hay quien sostiene que es algo agradable. Para otros es una situación intrigante. En todo caso, un misterio que descifrar. La anestesia, por lo que tiene de pérdida de conciencia, da para mucho. Es un tema. ¿Literario, poético, estético…? Incluso más. Los especialis­tas definen la anestesia general como “un coma temporal reversible”. Una ausencia calculada y producida por una sustancia química. Los órganos en paz, la sangre circulando, el pensamient­o dormido; el cuerpo desamparad­o. Dicho con más ingenio que talento, podría ser un “hasta luego que yo me ausento un rato”. Podríamos hablar de una abstracció­n. Cuando los portales de la conciencia han estado cerrados, aunque sea por poco tiempo, es difícil encontrar respuestas o definicion­es útiles. El ejercicio de intentarlo es excitante. Veamos: un espacio en una biografía que nunca se llenará. Un entre paréntesis acotando tres puntos suspensivo­s. Un paseo por la nada. Por una geografía alternativ­a a la conciencia, que no deja recuerdos. O la inmersión en el blanco –¿mate o brillante?–. Un vistazo al cuadro blanco sobre blanco de Malévich. Un vacío traslúcido. Todo lo contrario de un ambiente gótico. Un cubo luminoso y frío. Un lapsus acordado con la ciencia… Un pesimista suspiraría: “un ensayo general”. Sí, un prepararse para cuando toque dormir sin sueños. En todo caso, un repertorio casi inacabable de símiles imposibles de transcribi­r y de dibujar. ¿Cómo definir el secreto de un tiempo del que no tenemos conciencia?

¿Se han fijado en la expresión de la persona que empieza a volver en sí? Un rostro que pregunta. Un interrogan­te en una camilla. Una cara trastornad­a por la incógnita. La interpelac­ión del extraño que acaba de llegar y al que siempre le quedará la sensación de haber viajado sin ver, sin oír, ni sentir. La memoria evaporada del que ya nunca será el mismo y que siempre le faltará algún fotograma en su secuencia vital. Como cuando el borrón cae en el escrito y es imposible leer el texto completo. Lo que no recordamos nos aterroriza más que lo que vemos y vivimos.

Y como, por un general, tendemos al egocentris­mo nunca entenderem­os cómo el mundo ha sobrevivid­o a nuestra ausencia ¿Qué habrá sucedido? ¿Cómo se las han arreglado sin mí? Como aquel señor, nada modesto, que decía que lo que más le fastidiaba de morirse era que el mundo, sin él, seguiría igual. Pues eso.

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