La danza que consuela
El público de Peralada se refugia en el baile de los cubanos Acosta Danza con la Rambla de Barcelona en el corazón
Bailar siempre tiene sentido. También cuando la angustia acecha. Si usted no puede dormir, dicen los psiquiatras a los pacientes con estrés postraumático, no opte por tomar pastillas, porque la reacción del cerebro ante el peligro es mantenerse alerta, y no conviene interrumpir artificialmente el proceso de gestión del riesgo.
Anoche el público de Peralada compartía una sensación agridulce. El baile de la compañía cubana Acosta Danza tenía que haber sido el más gozoso fin de fiesta para un festival que ha vivido otra edición excepcional, con la danza como importante protagonista, como inicio y final, Alfa y Omega. El baile, el arte en origen, el arte del cuerpo, soporte de la vida y del ser humano encarnado, que anoche cobraba todo su sentido, que nos rescataba de la angustia yerma para ofrecernos celebrar la existencia, lo vital, la paz, la creación.
La Rambla de Barcelona, que ayer estaba en el corazón de todo el mundo, tomaba forma de río en nuestra imaginación a medida que en el escenario del Auditori del Parc se sucedían las danzas. Ahí estaban, veintiún muchachos y muchachas con caudales de sangre en las venas, todos ellos procedentes de Cuba y al servicio de un menú dancístico eminentemente contemporáneo, como nuestras guerras. Salieron a dar una lección de baile y de vida. Para el recuerdo.
Comenzó la noche con El cruce sobre el Niágara de la reconocida coreógrafa cubana Marianela Boán, que a finales de los ochenta creó esta pieza en pleno aperturismo del arte en Cuba. La música de Messiaen resonó en nuestro desgarro. Minutos antes, el director del festival y Carlos Acosta leyeron un manifiesto, y el aforo al completo guardó un minuto de silencio por las víctimas del maligno atentado que horas antes había sacudido el país.
Raúl Reinoso y Julio León interpretaron ese dúo con el arrojo de la juventud y de los cuerpos perfectos. Y más adelante, el propio Reinoso, tremendo, aparecería de nuevo firmando una pieza, Anadromous, que cual premonición era un alarde de fuerza, de fuerza fe y de voluntad de supervivencia.
Carlos Acosta no se hizo esperar. A diferencia de lo que ha hecho en Polonia, Rusia y Noruega, donde ya ha presentado este verano su compañía, la que ha creado tras colgar las zapatillas como estrella del Royal Ballet de Londres, no bailó únicamente un solo, el magnífico Two de Russell Maliphant, sino dos. Le regaló al público de Peralada Memoria, del cubano Miguel Altunaga, con música electrónica del mexicano Murcof. Y si bien es cierto que acaso hubo mucho de flashback, de cuando de crío cerraba las calles de las afueras de la Habana con latones de basura para bailar break dance con la pandilla, también lo hubo homenaje a quienes perecieron ayer en la Rambla.
Luego llegó el momento de un ya clásico de Sidi Larbi Cherkaoui, ese Faun que creó en forma de paso a dos con música de Debussy y Nitin Swahney en ocasión del centenario de los Ballets Rusos de Diaghilev. Y tras el descanso, el paso a dos End of time (El final del tiempo), de Ben Stevenson, y ese final de fiesta con toda la compañía bailando Alrededor no hay nada, una pieza coral del español Goyo Montero. Sí había, sí. Estábamos todos. Bailando.
Antes de comenzar el espectáculo, se leyó un manifiesto y se guardó un minuto de silencio