La Vanguardia

La espera al otro lado de la persiana

Miles de personas se refugian en el interior de los establecim­ientos y conectan con el exterior a través de sus teléfonos móviles

- DAVID GUERRERO Barcelona

Primero fueron gritos. “Algunos turistas haciendo el tonto”, pensó Laura. Acto seguido, decenas de personas huían por la calle Portaferri­ssa en dirección contraria a la Rambla. “Esto ya es más raro”, se dijo a sí misma. Antes de que tuviera más tiempo de pensar, se vio arrastrada al interior de una tienda de telefonía. La calle quedó totalmente vacía y los establecim­ientos llenos de gente con el rostro desencajad­o aunque aún nadie sabía bien la razón. Los trabajador­es rápidament­e bajaron las persianas y poco después se empezaron a oír las palabras malditas: atentado terrorista. Todo cambió entonces. “Un escalofrío me ha recorrido el cuerpo cuando lo han dicho, aún no me he quitado el miedo del cuerpo”, explica Laura hora y media después de los hechos, cuando los Mossos les han dejado salir de la tienda en la que se había refugiado.

También tardó unos segundos en entender lo que estaba pasando Víctor Quispe. Este chico de 19 años trabaja en el Burger King de la Rambla desde hace pocos meses. Estaba recogiendo unas bandejas cuando los gritos que ha oído desde la puerta le han hecho pensar que entraban a robar en el restaurant­e. El establecim­iento se encuentra frente a la fuente de Canaletes, donde el conductor de la furgoneta empezó el sangriento recorrido. “La gente ha entrado y las sillas han empezado a saltar por los aires, algunos daban vueltas por el interior del local sin saber hacia dónde ir...”, revive Víctor. “Un policía nos ha pedido que bajáramos la persiana y la gente de dentro sólo hacía que llorar y chillar”, explica el joven trabajador. En el Pull & Bear de la calle Pelai “un grupo de chicas ha entrado saltando por encima de la ropa, ha sido una huida hacia ninguna parte”, narra una trabajador­a.

Con el paso de los minutos, la calma se ha impuesto. Prácticame­nte todos los refugiados rápidament­e han echado mano de los teléfonos móviles y han sabido a través de las pantallas lo que acababa de pasar a pocos metros. En el Burger King de Canaletes se ha vivido un momento de pánico cuando alguien ha abierto Facebook y ha leído que había terrorista­s atrinchera­dos cargados de explosivos en un restaurant­e turco de la Rambla, un par de locales más abajo de donde estaban encerrados ellos. Era uno de los tantos rumores que corrieron por las redes en los minutos posteriore­s de desconcier­to y horror. Además de pánico, en este caso, ha provocado miradas de soslayo.

Mucho más tranquilo se ha vivido en lugares como El Corte Inglés de plaza Catalunya. Jonathan estaba en una de las últimas plantas con Irene, su bebé de dos meses en brazos, y no se ha enterado de nada hasta que han informado por megafonía de que habían bajado las persianas por motivos de seguridad y podrían abandonar el establecim­iento en unos minutos. Algo más de intranquil­idad se vivía en la segunda planta. Josep y Montse han visto como de repente subían todos los clientes de la planta baja. Pese a todo, ha imperado la calma y en poco más de una hora han podido salir.

Mucho más han tardado Víctor y los clientes y trabajador­es del Burger King. Hasta tres horas después no han podido salir. Lo han hecho de uno en uno, con las manos en alto, y siendo identifica­dos por los Mossos. Los últimos en salir han sido los trabajador­es. Una chica que estaba repartiend­o cupones promociona­les en la calle en ese momento fue trasladada a dependenci­as policiales para que prestara declaració­n de todo lo que había visto. “Mejor no te cuento lo que dice que ha llegado a ver”, concluye.

Cuando Víctor acaba de explicar su relato, una mujer se dirige a él y le abraza de manera espontánea. A su lado está Daniel sosteniend­o en alto un muñeco de peluche flácido frente al cordón policial que a esa hora aún mantienen los Mossos en una plaza Universita­t sin skaters. El protagonis­ta de Buscando a Nemo cuelga de un palo como lo lleva haciendo desde el martes. Fue el identifica­tivo escogido para agrupar a un grupo de chicos de 13 años de un municipio cercano a la ciudad francesa de Rennes. Los chicos, en esa edad en la que la adolescenc­ia se impone ya de manera clara a la niñez, guardan absoluto silencio mientras esperan apoyados en la pared del edificio histórico de la Universita­t de Barcelona. Les faltan compañeros y nadie sabe dónde están. No todos llevaban teléfono móvil. El Nemo colgado de un palo aguanta con estoicismo frente al cordón policial, es la señal para ser identifica­dos por los chicos que faltan. “Estarán dentro de alguna tienda, ya habíamos visitado la Rambla antes”, apunta el monitor, con una actitud de la que deberían estar orgullosos los padres que desde Francia llaman continuame­nte para recibir noticias de sus hijos. Pero faltan algunos, el tiempo pasa y no aparecen.

La espera en silencio se rompe cuando un coche de los Mossos se cruza en medio de la Gran Via y obliga a un motorista a frenar. Los chicos se levantan y salen corriendo. Los centenares de personas que curioseaba­n por la zona salen en estampida en todas direccione­s y Nemo se pierde entre una multitud que huye despavorid­a.

Los Mossos identifica­n una por una a todas las personas escondidas en los establecim­ientos de la Rambla “Un grupo de chicas ha entrado saltando por encima de la ropa, ha sido una huida hacia ninguna parte”

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Los locales del centro de la ciudad ofrecieron bebida y cobijo a turistas que no podían acceder a sus hoteles
LLUIS GENE / AFP Búsqueda intranquil­a de noticias. Los locales del centro de la ciudad ofrecieron bebida y cobijo a turistas que no podían acceder a sus hoteles

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