La Vanguardia

Los vigilantes del civismo

Lloret de Mar tiene un cuerpo especial adscrito a Protección Civil que actúa en playas y el paseo marítimo haciendo cumplir las ordenanzas

- SÍLVIA OLLER

Protegida con una gorra, pantalón corto, camiseta de uniforme y una emisora de radio, Anna Canet se acerca a dos jóvenes que están escuchando música a través de los altavoces de sus móviles en la playa Gran de Lloret y les pide, por favor, que bajen el volumen. Luego se aproxima a otro pequeño grupo de chicos que beben unas cerveza y les informa que en la playa está prohibido consumir alcohol. Casi al vuelo, caza una colchoneta hinchable que el viento ha alejado de su dueña, a quien se la devuelve no sin antes alertarla de que esté atenta. No lo hace de forma autoritari­a, sino con tono prudente y mucha mano izquierda. “Si tu actitud es buena, la respuesta suele ser también buena”, afirma esta criminólog­a de profesión y una de las cuatro vigilantes de playa que durante la temporada estival peinan los seis kilómetros de arenales de Lloret recetando civismo.

Los vigilantes de playa no son ni policías, ni socorrista­s, ni mediadores, ni agentes cívicos pero tienen nociones de cada uno de estos cuerpos. Adscritos al cuerpo municipal de Protección Civil, sus ámbitos de actuación son la playa y el paseo marítimo y su misión principal es velar para que se cumpla la ordenanza de civismo y el reglamento de uso de playas en una localidad que quintuplic­a su población en verano, pasando de 40.000 personas empadronad­as en invierno a más de 200.000 en julio y agosto. A diario pueden llegar a concentrar­se en la playa Gran entre 10.000 y 15.000 personas. Los conflictos con esta elevada cifra de población flotante son inevitable­s.

Discusione­s por el espacio, problemas de incivismo como pasear con el torso descubiert­o lejos del paseo, conflictos convivenci­a entre los bañistas y concesiona­rios de servicios de playa como el alquiler de hamacas o sombrillas, venta ambulante, hurtos, exceso de ruido en los chiringuit­os o venta de productos no permitidos son algunos de los problemas más frecuentes sobre los que intentan mediar esos vigilantes. “Intentamos poner orden, gran parte de nuestro trabajo pasa por aconsejar y advertir, no tenemos capacidad sancionado­ra”, aclara Guillem Masachs, que lleva tiempo desempe- ñando este trabajo. Según datos del Ayuntamien­to, entre los años 2014 y 2016, la Policía Municipal ha levantado 93 expediente­s que han acabado en multa básicament­e por exceso de ruido, de sobreocupa­ción del espacio por parte de los concesiona­rios de hamacas y sombrillas o por la venta de productos no permitidos.

Mientras Anna sigue patrulland­o por la playa más turística de Lloret y halla semienterr­ada en la arena una botella vacía de vodka que acaba en la basura, por radio le informan de que otro vigilante que patrullaba por el camino de ronda acaba de identifica­r a un sospechoso de hurto y que requiere la presencia de una patrulla local. El jefe de Protección Civil, Felip Carbonell, apunta un fenómeno que se ha extendido en muchas playas catalanas en los últimos años: ladrones que aprovechan para hacer su particular agosto en la costa y robar aprovechan­do que los bañistas se distraen o se pegan un chapuzón. “Viven aquí durante semanas, se alojan en un hotel y de día trabajan en la playa robando todo lo que pueden”, afirma. Mientras lo cuenta se aproxima un joven de apenas 20 años preguntand­o donde está una comisaría de la policía. Quiere denunciar el hurto de su cartera y el móvil la noche antes en una discoteca.

A través de la emisora de radio, Anna es informada de que la bandera verde que ondeaba hasta hace un momento en la playa Gran es ahora amarilla, lo que implica precaución. Poco antes, ha ayudado a rescatar del agua a una turista rusa de edad avanzada que ha sufrido un latigazo cervical a consecuenc­ia de la mala mar. A pesar del cambio de color, la mayoría de bañistas no cambia su actitud. “Falta mucho sentido común”, hace notar Carbonell mientras observa a una mujer de unos 60 años revolcándo­se en el rompiente de las olas. Anna acaba su turno, pero la vigilancia no cesa.

Discusione­s, hurtos, exceso de ruido en la playa son algunos de los conflictos en los que media el vigilante

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PERE DURAN / NORD MEDIA Uno de los agentes informando a unos turistas en la playa Gran

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