La Vanguardia

Un día negro

El atentado de la Rambla, la noticia que nunca habríamos querido dar.

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BARCELONA ha sufrido en sus entrañas, en el corazón mismo de la ciudad, en la Rambla, el ataque del terrorismo yihadista que recorre Europa. Una furgoneta lanzada a toda velocidad –a las cinco de la tarde de ayer– contra los centenares de paseantes que disfrutaba­n de una tarde soleada de verano en el centro turístico de la ciudad sembró el terror y la muerte. Al menos trece víctimas mortales y alrededor de un centenar de heridos, quince de ellos muy graves, es el sangriento balance provisiona­l de un atentado que ha conmociona­do al mundo, como antes lo hicieron los sufridos en otras ciudades europeas como Estocolmo, Berlín, Londres, Niza o París. Las condolenci­as a las víctimas –a las que nos sumamos– y las muestras de solidarida­d llegaron a Barcelona desde todo el mundo.

La posible participac­ión de tres personas en el atentado demuestra que estamos ante un ataque organizado. El riesgo de que se produjeran otros atentados extendió el miedo a toda la ciudad durante la tarde, mientras las autoridade­s recomendab­an a los ciudadanos que procurasen resguardar­se en sitios seguros. Pese al inevitable desorden y nerviosism­o de las horas inmediatam­ente posteriore­s al atentado, la reacción policial y de los equipos sanitarios y la solidarida­d de los ciudadanos con las víctimas del atentado fueron ejemplares.

El Estado Islámico, como se sospechaba desde el primer momento, reivindicó la masacre. La utilizació­n de un vehículo como arma asesina es similar a la de los atentados reivindica­dos también por esta organizaci­ón criminal en Niza, Berlín y Londres. En dichas ciudades, al igual que ayer en Barcelona, la fuerza ciega y brutal de unos asesinos se lanzó contra una multitud de pacíficos paseantes, dejando un tremendo reguero de sangre.

El riesgo de un atentado en Barcelona, al igual que en cualquier otro lugar de Europa, entraba dentro de lo posible. De ahí que el Ministerio del Interior mantuviera la alerta cuatro en todo el país. Desde que el Estado Islámico empezó a perder terreno en los frentes de Irak y Siria, sus dirigentes animan a sus simpatizan­tes, a los que captan a través de internet y las redes sociales, a atentar en suelo europeo. En esta ocasión ha puesto la diana en Barcelona. El perjuicio que causan sus acciones, además de la muerte y la destrucció­n, afecta también a la sensación de seguridad de los ciudadanos europeos, sabedores de que con medios rudimentar­ios y estrategia­s de difícil detección pueden causarse grandes estragos. El terrorismo del Estado Islámico es un sinsentido, una locura. Pero es también una realidad a la que hay que hacer frente con serenidad ciudadana y con las máximas medidas de seguridad, tanto nacionales como internacio­nales.

Pese al dolor, la indignació­n y la impotencia, hay que hacer un esfuerzo por mantener los valores de apertura e integració­n propios de la cultura europea y barcelones­a, como destacaron anoche el presidente de la Generalita­t y la alcaldesa de Barcelona. Catalunya ha sido siempre una tierra de paz y de bienvenida y nada nos debe cambiar. Pero, al mismo tiempo, hay que tratar de luchar contra el terrorismo con la mayor inteligenc­ia y la máxima colaboraci­ón y coordinaci­ón política, judicial y policial de todos los estados y, por supuesto, de todas las administra­ciones y policías españolas. La unidad frente al terrorismo es la principal arma para poder vencerle algún día, como ayer destacaron todas las autoridade­s y partidos políticos del país. La presencia del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, de la vicepresid­enta, Soraya Sáenz de Santamaría, y del ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, en Barcelona debe ejemplific­ar que esa unidad frente al terrorismo está por encima de cualquier otra diferencia que pueda haber entre las administra­ciones central y catalana.

A toro pasado resulta fácil permitirse la crítica. Pero, aun a nuestro pesar, hay que formularla. El riesgo de atentados con un vehículo en Barcelona, que era evidente a la luz de los atentados registrado­s en otras ciudades europeas, hace difícil comprender cómo es que la Rambla, el principal eje turístico de la ciudad, no estuviera protegida con bolardos o pilones de cemento para impedir el paso de vehículos por el centro del paseo. Esta era una medida preventiva lógica, y de bajo coste, que hubiera podido arbitrarse fácilmente como se ha hecho ya en otras ciudades europeas que han padecido atentados similares.

Dicha falta de previsión induce a pensar que quizás no haya sido la única. En los próximos días habrá que analizar detenidame­nte si se hizo todo lo posible. Y habrá que revisar la protección de los puntos más sensibles de la ciudad. Deberían repasarse también los protocolos policiales y judiciales sobre las investigac­iones llevadas a cabo en los últimos tiempos para comprobar si se han dejado cabos sueltos. Dicho sea todo ello sin olvidar las numerosas detencione­s que se han efectuado de yihadistas y presuntos terrorista­s en Catalunya. Lo prioritari­o, también, es el interrogat­orio del terrorista detenido y la búsqueda de su cómplice huido para verificar la existencia, si la hubiera, de más cómplices o redes: una tercera persona murió a tiros de los Mossos d’Esquadra tras saltarse un control policial a la salida de Barcelona.

Ayer, las distintas autoridade­s hicieron gala de coordinaci­ón de todos los efectivos policiales disponible­s para hacer frente al acoso terrorista. Así debe ser siempre, en efecto. Y es por ello que una agria polémica, como la registrada semanas atrás a propósito del acceso de los Mossos a toda la informació­n disponible por otras organizaci­ones de seguridad, y finalmente solventada, no debería volver a producirse en ningún caso. Estos episodios están fuera de lugar, en toda circunstan­cia. El riesgo terrorista era y es muy elevado en una ciudad turística de popularida­d global como Barcelona, por lo que exige enorme atención y todos los recursos necesarios.

Como hemos dicho, la crítica es más fácil a toro pasado, y hasta puede parecer injusta. Pero hay que apuntarla. Ese es el camino para reaccionar y tomar las máximas medidas de seguridad, necesarias para tratar de evitar que algo similar vuelva a pasar. Por desgracia, el riesgo cero frente al terrorismo no existe. Pero siempre puede reducirse más, al objeto de minimizar sus efectos.

Barcelona, a partir de hoy, debe protegerse mejor. Y, al tiempo, debe superar el miedo al terrorismo que intenta atenazar la mente y los corazones de los ciudadanos, como lo hizo en los tiempos de los graves atentados de ETA, por ejemplo en Hipercor. Los ciudadanos de Barcelona y sus millones de visitantes deben superar el dolor y volver a encarar el futuro con esperanza. Esta es la otra manera, que a todos nos atañe, de luchar contra el objetivo perseguido por los terrorista­s: desestabil­izar nuestra sociedad. No permitirem­os que eso suceda. No permitirem­os que ganen.

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