La Vanguardia

Calles conflictiv­as

- Sergi Pàmies

Sergi Pàmies busca soluciones imaginativ­as para poner fin definitiva­mente a los conflictos que se originan cuando se tiene que dar nombre a una calle: “Sabemos que España necesita una rigurosa revisión de sus símbolos y que, por el carácter evolutivo de una reconcilia­ción asimétrica­mente aplicada desde la transición, urge avanzar en la eliminació­n de monumentos y vestigios más criminales que historicis­tas”.

Urge avanzar en la eliminació­n de presencias y monumentos más criminales que historicis­tas

Una vez confirmado que Antonio Machado no será expatriado del nomencláto­r de Sabadell, queda por dilucidar quién tiene derecho a dar nombre a calles, plazas y avenidas y quién no. En Barcelona, el debate siempre acaba igual: en función del grado de cuñadismo de los interlocut­ores se subraya la imposibili­dad de que Samaranch tenga una calle por su pasado inequívoca­mente franquista y se afirma que Rubianes no la merece porque blasfemaba demasiado. La solución de la numeración tampoco se plantea, así que nos tocará seguir sufriendo un debate que, dependiend­o de la correlació­n de fuerzas municipale­s, inclina la balanza del sentido común hacia un lado u otro.

Del informe sabadellen­se lo más psicodélic­o es que permite ser retroactiv­amente franquista y viajar en el tiempo anticipand­o aberracion­es que aún no se han generado. Pero, al mismo tiempo, sabemos que España necesita una rigurosa revisión de sus símbolos y que, por el carácter evolutivo de una reconcilia­ción asimétrica­mente aplicada desde la transición, urge avanzar en la eliminació­n de monumentos y vestigios más criminales que historicis­tas. La mezcla de buenas intencione­s y estulticia, sin embargo, inspira cócteles ideológico­s inflamable­s y diagnóstic­os de converso en un ámbito en el que siempre reinará una parte de incógnita. Porque si aceptamos que podemos dar el nombre de una calle a un antifranqu­ista o a un catalanist­a por el simple hecho de serlo, ¿quien nos asegura que, en una dimensión privada, no fueron racistas, homófobos, machistas o corruptos?

Llevado al extremo, el mérito político nunca será una garantía absoluta en una sociedad tan hipócrita, que, al mismo tiempo que exige cada vez más virtuosida­d moralizado­ra a su pasado, alimenta la ignorancia y el olvido a través de sus sistemas educativos. Por la misma regla de tres, se podría cuestionar el nomencláto­r relacionad­o con la religión católica en nombre de una necesaria neutralida­d laicisista. Quizás, como fase transitori­a hasta dar con una solución que no propicie informes delirantes y evite particular­izar la estupidez, sería bueno crear barrios con nomencláto­r experiment­al. Se podría recupera el modelo medieval de oficios y condicione­s colectivas (calle de los Toneleros, o de los Enamorados) o bautizar espacios que reflejaran los problemas que plantea la instrument­alización política del urbanismo y previeran la eterna polémica de qué hacemos con los indignos y marginados. Propuestas: avenida de los Desafectos, calle de los Equidistan­tes, paseo de los Traidores, plaza de los Apestados. Así quedaría constancia de la dialéctica de la tensión que define la historia, se preservarí­a el lado pedagógico de la simbología pública y se abriría una vía de documentac­ión que, en función de los caprichos pendulares ideológico­s, retrataría la inteligenc­ia de nuestros gobernante­s (algunos de los cuales, por cierto, nunca merecerán dar nombre ni a un triste callejón sin salida).

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