Fuego tras el telón
En agosto de 1968 las fuerzas del Pacto de Varsovia intervinieron en Checoslovaquia para poner fin al “socialismo de rostro humano” impulsado por Alexander Dubcek, una actuación que rompió la unidad de acción de los partidos comunistas europeos.
Qué hacía un fabricante de Sabadell tomando una copa en el café Yalta de Praga la noche del 20 de agosto de 1968? Aprovechar la primavera, aunque fuera verano. La primavera de Praga que Dubcek había iniciado ocho meses atrás: “Socialismo con rostro humano”, como definió el líder comunista a su apertura política y económica. Aprovecharla, destejer el telón de acero y observar qué tejidos podía vender a los checoslovacos. “Como en Varsovia, abundan los muchachos con larga cabellera y las chicas con falda corta”, apuntaría el viajante –Josep Maria GarciaPlanas Vilarrúbia– en su libreta.
Se acostó en primavera y se despertó en invierno.
“El ruido de un reactor, potenciado por el silencio de la noche, me despierta –anotó–. La esfera fosforescente de mi reloj señala la una y media. No hago demasiado caso. No tengo tiempo de reconciliar el sueño cuando otro reactor parece querer aterrizar sobre mi cabeza. Y luego otro, y otro, y otro. Los focos de los aparatos iluminan extrañamente el espacio. La cosa no parece normal, pero mi cerebro somnoliento no intuye el drama. A las seis y media, con las primeras luces del día, unas ráfagas lejanas y continuadas me levantan de la cama…”.
El viajante dio un salto, cogió su Paillard Bolex y empezó a filmar las calles de Praga.
“Los primeros tanques soviéticos llegan a la Vlakavske Nemesti. Las enormes orugas de acero, con las torretas cerradas, se cruzan con los camiones de patriotas enarbolando banderas checoslovacas al grito de
Dubcek, Dubcek, Dubcek. La gente, abriendo apenas el camino a la columna blindada, agita los puños amenazadoramente mientras gritan ruski okupanti, fascisti sovietici. A mi lado, un niño, de la mano de su padre, escupe a los tanques. Dejando el pavimento destrozado, la columna avanza hacia el monumento a san Wenceslao, donde están encaramados varios patriotas con banderas checoslovacas. Los tanques rusos se paran en semicírculo. Poco a poco se levantan las torretas y asoman la cabeza los tanquistas. Caras imberbes contemplan con ojos entre inexpresivos y perplejos el espectáculo. Algunos optan por encerrarse de nuevo. Otros cargan tranquilamente las ametralladoras fijadas en la torreta”.
Moscú no quería primaveras. Tropas de cuatro países del Pacto de Varsovia –soviéticas, búlgaras, polacas y húngaras– invadían Checoslovaquia para liquidar la apertura de Dubcek.
“Tímidamente vuelan hacia los rusos los primeros proyectiles: bolas de papel de periódico, pieles de plátano, piedras arrancadas de las aceras. Algunos manifestantes dibujan con tiza cruces gamadas en la gruesa plancha de los tanques”.
Por primera vez, los partidos comunistas de Francia, Italia, España y Finlandia discrepaban de Moscú y condenaban la invasión. Nacía el eurocomunismo.
“Se oye un ruido estremecedor –apuntó–. Los tanques rusos, apostados delante del monumento a san Wenceslao, están cañoneando el Museo Nacional. El espectáculo es terrible. Se produce una verdadera estampida de los patriotas encaramados en la estatua de san Wenceslao, y de los que están apostados en la doble escalinata que da al museo. Pero no lo suficientemente rápida para evitar que se produzcan muertos y heridos. El ruido de los cañones es sustituido por el griterío de la gente y las sirenas de las ambulancias. Cuando subo, jadeante, la escalinata sólo quedan manchas frescas de sangre en el suelo”.
En la calle Stepanska, el fabricante textil de Sabadell conoció a Líster, el general que en la retirada republicana quemó varias fábricas textiles de Sabadell. Vivía exiliado en Praga. Se cayeron bien, y Líster se marchó a casa recomendándole que no saliera del hotel. El viajante, por supuesto, no le hizo caso y siguió filmando.
“Aparecen brotes de colaboracionismo. Se dice que la policía política empieza a actuar, metiéndose con los extranjeros y requisando cámaras y películas”. Dos días después, el viajante se tomó un Martini en el bar del hotel Alcron, escondió la película en su maleta y logró salir de Checoslovaquia. Las imágenes nunca se hicieron públicas. Se proyectaban, muy de vez en cuando, en el ámbito familiar.
La primavera tardaría en llegar. En 1987, cuando Gorbachov inició las reformas que acabarían destejiendo el telón de acero, un periodista preguntó al portavoz del Ministerio de Exteriores soviético cuál era la diferencia entre la perestroika y la primavera de Praga. “Diecinueve años”, contestó.
El viajante murió hace cinco años sin saber que había filmado la única película en color de la primera grieta del Muro. Sin saber que el Archivo Nacional de Chequia la acabaría descubriendo, que la Televisión Checa la calificaría de “fabulosa” y que prepararía para el año que viene –50 aniversario– un documental de las imágenes que rodó.
“Un patriota se planta ante un tanque ruso impidiéndole el paso –apuntó en una imagen muy Tiananmen–. El tanque se detiene. El desafío dura algunos segundos. El tanque opta por retroceder y desviar la ruta. La gente rodea al patriota. Está llorando”.
“A mi lado, un niño, de la mano de su padre, escupe a los tanques rusos” Los comunistas de Italia, Francia y España condenaron por primera vez a Moscú