La Vanguardia

Subirats, al final del camino

El país del cava, estupefact­o ante la presencia en sus viñedos del terrorista más buscado

- FEDE CEDÓ Subirats

Los vecinos de Can Bosc pudieron oír unas catorce detonacion­es Cientos de agentes blindaron el perímetro durante más de tres horas

Entre viñedos y cavas. El municipio de Subirats en realidad lo forman quince pedanías dispersas en una gran extensión de 56 kilómetros cuadrados. Núcleos que dan nombre a las decenas de polígonos industrial­es donde bulle la actividad vitiviníco­la. Ayer, los poco más de 3.000 habitantes de la zona no daban crédito a lo que estaba sucediendo. “Pasaremos a la historia por ser el lugar donde acabó la mayor tragedia que ha vivido Catalunya”. Un drama que también impactó en el Alt Penedès.

Casi a la misma hora en la que los Mossos abatían a Younes Abouyaaqou­b, a poco más de diez kilómetros, la Basílica de Santa Maria de Vilafranca del Penedès se llenaba a rebosar para rendir un homenaje póstumo a Pau Gómez, la víctima número quince de la célula terrorista, el joven de 34 años que el jueves moría apuñalado en el interior de su propio vehículo a manos del que hasta ayer fue el hombre más buscado del país.

Subirats, pese a su gran extensión, la mayoría dedicada al cultivo de la vid, es un núcleo muy bien comunicado. “Sólo estamos a 30 minutos de Barcelona en coche”, detallaba Rocío, una vecina de Barcelona que hace poco ha fijado su residencia en la urbanizaci­ón Can Bosc. Cuenta que en ocasiones se desplaza a la capital catalana en tren. “En Rodalies no tardamos más de tres cuartos de hora”, razonaba. Un detalle que los propios vecinos sospechan que también podía conocer Abouyaqoub o un posible cómplice. “No me extraña que huyera hacia el Alt Penedès”, elucubraba Ricard, un recolector de la zona que insistía en que “en esta zona hay una comunidad musulmana muy importante”.

Quiso el destino que el drama que empezaba el pasado 17 de agosto en la Rambla de Barcelona concluyera en el Alt Penedès. En una pequeña pedanía donde la sabiduría popular emana de la tierra fértil. Un territorio en el que nada pasa desapercib­ido para los lugareños, que aún reparan los tractores en las calles, mientras hacen tertulia con los vecinos. “Todos nos conocemos y cuando vemos algo raro nos movilizamo­s enseguida”, reconocían. Contaban otros que muchos de los payeses están conectados con grupos de WhatshApp para alertar de cualquier incidencia “porque suele haber muchos robos en esta zona”.

Ayer no funcionaro­n las alertas porque un colosal despliegue policial surgía de la nada para blindar toda la zona, llegando incluso a confinar a trabajador­es en el interior de las empresas “hasta nuevo aviso”, según dijeron. Incluso el Ayuntamien­to de Sant Sadurní lanzaba un aviso para que la población se encerrase en casa, temiendo que el terrorista pudiese tener un cómplice huido por la zona. A primera hora de la tarde, sobre las cinco menos cuarto, cuando aún las carreteras no habían sido cortadas, el polígono ya bullía de emoción con dos helicópter­os sobrevolan­do constantem­ente sus cabezas, Ricard y Marc, dos adolescent­es que pasaban de la siesta jugando en la piscina oyeron los disparos. “Apagamos la música y pudimos oír unos catorce tiros muy cerca”. Cogieron las bicis y salieron hacia el polígono para ser testigos directos de la llegada de los primeros efectivos del operativo de los Mossos d’Esquadra que se dirigían a la depuradora de Sant Sadurní, un enclave en el valle que preside el Castillo de Subirats, donde sólo el estruendo del tren de alta velocidad rompe el sosiego de unas viñas, ayer teñidas de sangre.

El país del cava está traumatiza­do por los acontecimi­entos. Durante más de tres horas, periodista­s, trabajador­es y vecinos eran confinados en el perímetro que fijaba la operación jaula. “Nadie puede entrar ni salir, son las órdenes”, insistían una y otra vez los agentes ARRO colocados estratégic­amente en los accesos a Can Bosc, mientras los grandes camiones articulado­s se agolpaban en los márgenes de la carretera.

“Nunca había visto tanta policía”, aseguraba Diana, una de las trabajador­as de una cava mientras observaba el trasiego de furgonetas con la matrícula tapada, conducidas por agentes con pasamontañ­as. “Para una película, espero que pronto llegue el final”.

 ?? XAVIER CERVERA ?? Expectació­n. La carretera de Subirats, un pueblo poco habituado a los sobresalto­s, quedó cerrada al tráfico algunas horas
XAVIER CERVERA Expectació­n. La carretera de Subirats, un pueblo poco habituado a los sobresalto­s, quedó cerrada al tráfico algunas horas
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