La Vanguardia

El pasado persigue a Vilvoorde

La ciudad belga, vinculada a los atentados de París y Bruselas, ha logrado evitar la marcha de jóvenes a Siria e Irak

- DANI ROVIROSA Bruselas

“¿Otra vez? No es la primera vez que salimos en los periódicos”. Audrey –una residente de Vilvoorde, de madre asturiana y padre belga– se lamenta por ello. Esta ciudad flamenca, situada a tan sólo 12 kilómetros de Bruselas, ya captó el interés tras los atentados de París y Bruselas y lo ha vuelto a hacer ahora con los ataques a Barcelona y Cambrils.

Abdelbaki es Satty, el imán de Ripoll al que los investigad­ores consideran el líder de la célula terrorista, estuvo aquí entre enero y marzo del año pasado, según ha confirmado el alcalde de la localidad. “Quería trabajar como imán” y se ofreció a varias mezquitas de la zona, ha explicado Hans Bonte a la televisión pública. Pero no lo consiguió y en abril abrió su propio centro de culto en la ciudad catalana. La noticia ha llegado como un jarro de agua fría para los habitantes de Vilvoorde. “Nos libramos del problema del terrorismo, sobre todo en el 2014, y ahora estamos indirectam­ente vinculados”, se queja el dirigente municipal.

La ciudad ha hecho un importante trabajo para acabar con el estigma de ser una de las ciudades belgas de dónde más jóvenes han partido hacia Siria e Irak, para integrarse en las filas del Estado Islámico. Una treintena, aproximada­mente, en una ciudad de 40.000 habitantes. Entre ellos, “uno o dos que estudiaron en nuestra escuela”, explica afligida Audrey, que de inmediato se apresura a puntualiza­r que ella estudió con “marroquíes, españoles, portuguese­s o italianos y siempre nos hemos llevado bien”.

Vilvoorde es una localidad belga con una alta presencia de inmigrante­s. Tiene una de las comunidade­s de españoles más amplias del país, especialme­nte procedente­s de Andalucía, que aún se reúne para cantar un aclamado coro rociero, orgullo personal de la fallecida reina Fabiola, que pidió expresamen­te que cantara en su funeral. Luego, la inmigració­n española dio paso a la rifeña y marroquí.

En el 2013, poco después de ganar las elecciones en la ciudad, Hans Bonte quiso acabar con el goteo de jóvenes que se marchaban a combatir al extranjero. Desde entonces, ha puesto en marcha un plan pionero en el país que permite hacer un seguimient­o exhaustivo e individual a todos los jóvenes en los que se ha detectado un riesgo de radicaliza­ción. Una vez se localiza a una persona vulnerable a través de diferentes colectivos (colegios, centros sociales, mezquitas y familiares) se emplea un mecanismo de ayuda psicológic­a, de búsqueda de la identidad; pero también de motivación personal y asesoramie­nto profesiona­l. Y se intenta cortar así el vínculo con los reclutador­es y las redes sociales, con los que los jóvenes se radicaliza­n.

El plan ha funcionado y según las cifras oficiales, el año pasado se consiguió que ningún ciudadano de Vilvoorde quisiera viajar a Siria o Irak. En la ciudad se sienten orgullosos de la convivenci­a entre las diferentes comunidade­s. La misma mezquita ofrece clases de árabe (también “accesible sin dificultad para todos”, según se puede leer en su página web).

Aunque no todo el mundo lo ve así. Liliane, una mujer flamenca de unos sesenta años, asegura que “no” se siente “segura en Vilvoorde”. “Creo que hay demasiados musulmanes y no suelo tener ningún trato con ellos. No tanto las personas mayores, sino sobre todo los jóvenes, que son los que a menudo crean los problemas”, dice.

El programa es, sobre todo, un éxito en Vilvoorde, porque pese a que se intenta copiar un modelo parecido en el barrio bruselense de Molenbeek –conocido también por sus vínculos con los recientes ataques en Europa, pues aquí vivían algunos de los terrorista­s de París y Bruselas–, este último aún tiene pendiente escribir su historia de éxito.

En Vilvoorde, los buenos resultados empezaron a verse un año después de iniciado el programa. Y su logro llamó la atención del expresiden­te de Estados Unidos, Barack Obama, que invitó al alcalde de la localidad a una cumbre antiterror­ista en Washington en 2015.

Allí, Bonte explicó que el secreto estaba en escuchar y atender a todas las partes implicadas para evitar cualquier proceso de radicaliza­ción. Enseñar que el servicio público realmente está para ayudar a sus ciudadanos a volver a levantarse. Abdelbaki es Satty, el imán de Ripoll y líder de la célula terrorista, estuvo en Vilvoorde hasta marzo del 2016

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THE WASHINGTON POST / GETTY La localidad de Vilvoorde puso en marcha un programa de integració­n para identifica­r a jóvenes musulmanes radicaliza­dos
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